Fernando Navia Molina tiene 54 años. Es dibujante, diseñador gráfico, músico, karateka. Pertenece a una generación que tuvo que acomodarse a cabalgar mental y laboralmente, entre lo que había cuando creció y revoluciones tecnológicas trascendentes en la vida cotidiana de las personas.
De dibujar con un palito en la tierra las mil horas que duraba la aburridísima siesta cada verano de su infancia, a la explosión virtual de un mundo hiperconectado donde es casi imposible seguir la velocidad de cambio y desarrollo de cada nuevo invento, de cada nuevo canal de comunicación. Sin embargo, él habla todos los lenguajes. El de la música, el del dibujo, el de la vida, el del amor, el del dolor.
Está casado con Rosario. Es papá de Emilia y Leandro.
“Nací al año justito que se casaran mis padres –Cacho y Ana María-, festejaron el primer año con mi nacimiento el 15 de junio de 1964”, apunta divertido. Hermanos por parte de sus dos padres tiene dos: Álvaro y Mariana. Del segundo matrimonio del papá tiene también a Fabián y luego nacieron Facundo y Martina de otros dos matrimonios.
Como dibujante, Fernando ha experimentado por ejemplo el pasaje del dibujo análogo al digital. Como músico, se ha transformado para adaptarse de las orquestas de sus inicios que eran el alma de los bailes, al mundo de las discotecas, conciertos y superinstrumentos. Y ha conseguido continuar, atravesando la tragedia más devastadora, la muerte de un hijo. Aún sonríe. Qué ser humano tan cálido es. Sencillo. Contagia paz… Una actitud ante la vida que es un ejemplo… Hay zonas en esta entrevista, que realmente no se pueden transmitir con palabras. Los dolores más inmensos no pueden transcribirse. No lo vamos a intentar. Tampoco a omitirlo. Sólo nos pusimos de acuerdo con Fernando. Es una entrevista sobre su vida, ni puede ni quiere, no hablar por momentos de Emilia, el centro de su corazón.
Comencemos en orden, por los lugares dónde y con la gente que comenzaste a amar la vida.
“Mi niñez tuvo dos lugares importantísimos: el barrio de Larrañaga entre Artigas e Ituzaingó y la Escuela 46, fui toda la escuela allí. Fue maravilloso. Mis amistades, las anécdotas son fantásticas. Con compañeros y compañeras maravillosas: Martín Silvera, Alfredo Clara, Gabriela Romero, Magdalena Ruiz, Miguel Quijano, Pateta, Mario Díaz, Luis Ángel Vecino, Anabela Pombo, Pablo Santucho, Daniel Segundo, muchísima gente divina”. El centro del barrio era la casa de mi abuela. Ella tenía la característica que cocinaba y salía a repartir a los vecinos: pastelitos, tortas fritas, mate cocido. En ese barrio sucedían un montón de cosas, desde tener un cuadro de fútbol que se llamaba Cruzeiro, toda una fantasía que teníamos. Yo era el presidente porque era el dueño de casa. Álvaro el tesorero. Y nos juntábamos a jugar mucho y muy bien al fútbol. Hacíamos partidos con otros chiquilines de otros barrios, 10 cuadras para un lado y para otro y jugábamos.
¿En ese lugar también nació tu pasión por la música y el dibujo?
Sí. También en ese lugar, en la casa de mi abuela, nació la pasión que tengo por la música y el dibujo. Las tardes en la infancia son super aburridas en el verano. Si no dormías la siesta que era una gran tortura, tenías que hacer otra cosa y yo lo que hacía era dibujar. Me pasaba los ratos y ratos dibujando, en papeles o en el piso del patio de mi casa con un palito. Me acuerdo patente. Después me empezaron a mandar a museos y talleres en San José y tuve referentes importantes. Tengo la carpeta de 5 años del Jardín de Infantes 97, del que fui fundador. Parece una carpeta de un niño de 9 años… antes dibujaba muy bien (ríe), siempre lo digo! Después lo perdí… Simultáneamente llegó la música, porque el aburrimiento te hacía hacer cosas.
Muy distinta aquella infancia a la actual, en ese sentido de cosas posibles para hacer, de recursos para utilizar –de repente es un lugar muy común este comentario, pero así es…-
Si no andabas arriba de los techos, o te trepabas en los árboles, dibujabas, o creabas algo. Los gurises de ahora no tienen chance de aburrirse porque siempre tienen algo. Nosotros pasábamos las tardes y no sabíamos qué hacer. El abuelo Molina, que era milonguero y tanguero, tenía una guitarrita con clavijas de madera. Todavía la conservo. Nosotros la rasquetéabamos. Un día mi abuelo dijo: ‘yo les voy a enseñar’ y nos iba mostrando cómo se tocaba…. Empezamos a imitar las posiciones de las manos, nos ayudaba y guitarreábamos! La Tota y Mariano, mis abuelos.
Simultáneamente el Carancho, Javier González, estudiaba música en el Conservatorio. Álvaro también hizo algo allí y yo también, pero muy poquito. Así empezaron a nacer los pequeños grupos, éramos niños de 8, 12 años y nos juntábamos en las tardes.
Tus padres se separaron cuando eran chiquitos ¿y la vida cambió?
A pesar del conflicto que nosotros vivimos por la separación de mis padres, yo tenía 13 años, nunca dejamos de hacer todas esas cosas, ni el dibujo, ni el deporte, ni la música. Nunca paramos de hacer cosas por las crisis, nunca lo sentimos así, como crisis. Habían problemas familiares pero no paramos. Mariana sufrió mucho la diferencia de edad… le llevo yo 5 años, a Álvaro sólo dos. En la casa de mi abuela comenzamos a experimentar los primeros ensayos, con amigos del barrio, guitarras y equipos prestados, no eran las cosas adecuadas pero teníamos muchas ganas de hacerlo!
Uno tocaba la batería, yo agarré una guitarra y así empezamos a armarnos. El primer grupo que tuve en mi vida se llamó ‘Flemish’ ( Flamenco en inglés). Tocamos en una fiesta de la Escuela Industrial, por el 77`, con 13 años. Después tuvimos una actuación en el Hogar Católico, con un grupo de gente que fue muy importante porque había gente mayor con mucha fuerza para organizar cosas con los chiquilines. Todo muy novelero lo de hacer música.
Y después continuaron en el liceo… ¿y el deporte en tu vida?
Dejé el fútbol por el atletismo. Me sentía mucho más cómodo en eso, aunque la dirigencia de Universal de entonces me fue a buscar para que siguiera. Traté de mezclar la música con el atletismo, que no es una buena combinación, porque la música te hace andar de madrugada y acostarte muy tarde…
Siempre has sido un tipo prolijo, pese al ambiente musical, que a veces se presta para algún `desorden… ́ Al menos por el pueblo nos creemos eso (risas)
(Sonríe) Sí, siempre, `algo moderado` puede ser una definición. A todos los tengo convencidos de ser prolijo. El liceo lo transcurrí como con anestesia, nunca estudié y me iba bien. Eso me confundió bastante, porque haciendo muy poca cosa tenía nota para pasar y cuando llegaron las clases de 5o y 6o me pegué un porrazo enorme. Tenía que estudiar en serio y yo no tenía la cabeza para estudiar. Tenía la cabeza metida en la música que me absorbía todo el tiempo. Empezaron a aparecer nuestros primeros temas propios. Con Javier, Álvaro, Marcel Mermot –hijo de un Coronel que vino de intendente en la dictadura-. Como vivíamos a una cuadra de la Jefatura nosotros, él sintió curiosidad y se arrimó y dijo que tenía una batería, así que lo invitamos y estuvo muchos años, ahí ya éramos el grupo “Sueños”.
¿Cuándo y cómo iniciaron el periplo del grupo musical “Sueños”, que tiene vigencia hasta hoy y esperamos, por muchos añares más?
24 de octubre de 1981 lo fundamos, impulsados por Ferando García, su señora Marianela Fernández. Estaba Álvaro mi hermano, el Carancho, y yo era el bajista. Ensayamos y conseguimos la primer actuación en la 41 que la organizaba Don Enrique Peyronel. Era un baile y se le antojó decir que éramos el grupo más joven del país: “Sueños, el grupo más joven del país”. Yo tenía 17 recién cumplidos y los demás todos menores. Álvaro con 15 tocaba la guitarra y cantaba.
En aquellos tiempos las bandas y los bailes eran bien diferentes a hoy, ¿cómo han vivido todo ese cambio?
Cuando comenzamos el periplo de ́Sueños ́ los bailes necesitaban de mucha música en vivo. En aquel momento lo que hoy se llaman bandas, los conjuntos en vivo, era lo que se bailaba. Las discotecas no rendían lo que rinden ahora. Tampoco se baila ahora como antes. Cuando subía una banda por entonces tenía que ser de música moderna o tropical, nosotros estábamos metidos en la moderna, la gente bailaba lento, tenía ciertas exigencias, porque tenías que tocar canciones que estuvieran sonando y no era como ahora que las descargas y listo… antes las escuchabas en la tele, radio o discos, o grababas a través del radio. La gente seguía los programas de radio y las comedias, que marcaban estilos musicales y cantantes que querían oír. La gente esperaba que vos hicieras eso.
́Sueños ́ no se volcaba rotundamente hacia la música comercial, procuraba otras opciones. ¿Más “cultural” podría decirse, más “profundo”?
Sí, exactamente, nosotros no hacíamos música tan comercial, siempre nos inclinamos por música que no se escuchaba así. Hacíamos Pablo Milanés, Silvio Rodríguez, Ruben Rada, las que no eran tan comerciales. Bandas colegas sí trabajaban más comercial. Había una escasez de parlantes, de equipos. Era fatal, faltaba de todo. Era un sacrificio tremendo, teníamos que viajar a Montevideo, juntar la plata, no habían créditos, no era tan fácil.
¿Y cómo siguió desde el Liceo tu vida estudiantil y laboral?
Yo quise ser profesor de Educación Física, en 5o de liceo me di cuenta que no era lo mío y me fui para Montevideo a estudiar Ayudante de Arquitectura e Ingeniería. Viajaba, tenía la música. Cuando llegué a 3er año de la carrera sale un llamado en SMI (Servicio Médico Integral), tuvimos la oportunidad por medio de una prima de mi madre y su esposo que eran cooperativistas allí. Hacen un llamado que no era público pero al que se presentaron unas 60 personas y entramos 6. Y quedamos Álvaro y yo, los dos, y nos fuimos a vivir a Montevideo, teníamos 20 y 18 años. Vivimos tres años y yo a los 23 me casé. Desde los 15 años conozco a Rosario, mi mujer, y estamos juntos.
Cuando nos casamos empecé a viajar, terminé el curso de ayudante de Arquitectura y me comencé a relacionar con la imprenta de Patricio y David, “La Canasta”. Necesitaban un diseñador y allí aprendí el trabajo que se hace en una imprenta, me enseñaron, hice luego un par de cursos importantes. En lo que era la cárcel de Miguelete, los cursos que después se transformaron en la carrera terciaria de diseño industrial. Allá fui y di todo un año un curso muy completo con un brasilero –tuvimos que aprender portugués para entenderlo-. Al año siguiente hice un curso en la Alianza Francesa con otro profesor que tampoco hablaba español y tuvimos que arreglarnos también para entendernos. El trabajo en la imprenta fue muy importante para mí en lo que tiene que ver con el Diseño Gráfico. Era una imprenta con un crecimiento muy grande en aquella época cuando inició la transformación del dibujo análogo al digital. Con las primeras computadoras y los primeros programas específicos de Diseño Gráfico.
Para alguien de tu profesión “revoluciones” como el uso del mouse habrán sido fabulosas.
Las mano libres! Sí! Estábamos entremedio de una etapa y una nueva etapa, en la transición. Hay unas anécdotas increíbles de aquella época, por ejemplo vino una persona de Montevideo a instalarnos el mouse! No sabíamos lo que era. Era un momento muy importante hacia el pasaje de lo digital. El uso de los lápices digitales, podíamos girar los títulos, nos cambió la vida a todos, sí.
Y la música seguía con vos el camino de la vida y la familia… y también aparecía el humor en los espectáculos de ustedes.
Paralelamente la música me siguió acompañando. Ya nacieron mis hijos ahí, Emilia y Leandro. Con “Sueños” ganamos un concurso por el 82 ́, auspiciado por el Palacio de la Música y ahí pudimos ganar dos o tres temas. Ese concurso nos abrió las puertas a un montón de cosas, grabamos en un estudio profesional, La Batuta. Estaba Braulio Amaro entonces en el grupo y Marcel Plada. Para nosotros la música era un hobby, no un medio de vida, nos daba satisfacciones, por eso comenzamos a mezclar el humor con la música. Íbamos a Peñas y mi hermano se disfrazaba. Hacía de un cantante ridículo, Avarito, que arrancaba a cantar una canción y mezclaba otra. Todo eso nos permitió apoyar a las estudiantinas que precisaban bandas, como ́No hay Do sin Re ́, icónico. Se nos abrió la cabeza, la música no era sólo subir, cantar y bajar. Tocar para el humor es algo maravilloso. Disfrutábamos tanto o más que la gente que nos estaba mirando. Nos entendíamos mucho entre los compañeros y amigos músicos y actores. El momento político que estábamos viviendo con ́No hay Do sin Re ́ también fue fantástico, porque antes no se podía decir una sola palabra, pero entonces empezó la apertura democrática y nos soltamos. La gente necesitaba escucharte y que vos le dijeras las cosas con doble sentido y se copaba mucho. Había mucho apetito de toda esa picardía que durante muchos años estuvo prohibida. Las Estudiantinas llenaban totalmente el Cine Artigas. Una expresión absoluta, explosivo. Y gente que escribía muy bien, Fernando Calzada, Fernando Ríuz. Muy buenos. Raúl Lacava, actuaban muy bien, muy. Y por suerte aparecieron otros luego, Los Sordos y Carlitos Barceló, todos mejoraron mucho lo que había. Excelente ha sido.
Trabajaste muchos años en el mismo sitio, y finalmente te independizaste, ¿cómo llevás esa decisión?
Trabajé 26 años en el SMI, desde los 20 a los 46 años. En el 95 dejé de trabajar en la imprenta y me independicé como Diseñador Gráfico. Me instalé en casa y comencé a trabajar así, relacionado a dos amigos, Gastón Márquez y Siul Bango, un equipo de trabajo que se llama Suroeste, una Agencia de Publicidad. Trabajamos en la nube, on-line. Intercomunicados todo el tiempo. Yo hago el Arte, Siul hace el Guionado, lo creativo, y Gastón lo Gerencial. También a veces tercerizamos servicios. Trabajo en lo que me gusta, que no es poco. Me exige mucho, es un rubro difícil la publicidad, el diseño, la comunicación, pero me gusta.
Y sigo con la música, que me ha acompañado siempre. Lo que yo hago en la música no sirve económicamente, lo hago por un hobbie, tengo amigos que sí se dedican y viven de eso, toman las cosas de otra manera. En 2012 me invitan desde el grupo ́Legueros ́, que es folclore fusión, moderno. Me quedé allí, me gustó. Y nos ha ido muy bien, bárbaro, es muy difícil entrar en las grillas folclóricas de todo el país. Hemos grabado temas propios y de otros y actuado en diferentes lugares. Algunas cosas canto y algo he escrito pero no es para presentarlo. He hecho dúos, tríos. Siempre he cantado con otros músicos. Con el viejo grupo ́Sueños ́ el año pasado tuvimos como 5 actuaciones! Estoy en la comisión directiva de la Asociación Maragata de Músicos.
¿Existen otras actividades importantes en tu vida?
Desde hace mucho tiempo hago una actividad que muy poca gente sabe, practico Karate. Desde el 80 y pico, he dejado por varios años y retomé en el 2009, ahora soy el alumno más “antiguo” de la Escuela. Es en el Club Fraternidad y por eso estoy vinculado a la comisión. El Karate me mantiene con la cabeza bien. Este karate tiene una connotación además de marcial, muy espiritual. Mucho control, mucha exigencia física, mental, muchísimo respeto y muchísimo sacrificio, es lo que más se huele ahí adentro. Nadie compite contra nadie, solo vos con vos mismo, te tenés que superar, es un arte marcial okinauense, no japonés. Todo lo que hacemos es meditación, Zazen. Todo con un respeto bien marcial oriental, el saludo, la reverencia hacia el superior, ahí no se tutea, no pedís hoy quiero hacer tal cosa, las clases las imparte el Sensei, y ta. Tiene como un cierto misterio, está muy bueno. A mi me hizo y me hace mucho bien.
Yo pasé por un momento muy difícil en mi vida. En noviembre del 2015 pasé por el momento más difícil de mi vida, la pérdida de una hija. Estuve durante la semana siguiente, sin tener la menor idea de lo que me había pasado. Eso por sobre todo el dolor que yo sentía. Es que no entendía nada. Y los que estaban alrededor mío tampoco. Quedás shockeado. Te parece que no es verdad. Te vas convenciendo con el tiempo, no caes. A a los 9 días empecé a trabajar y los 10 días fui a practicar karate,.
Estuvimos 10, 12 días que no podíamos salir a la puerta. Sentíamos como una cosa… gigante, no se si era vergüenza. No podíamos ir a comprar un litro de leche. A los 10 días fui a practicar y más o menos ahí me puse a trabajar. Llamé a mis socios y les dije voy a trabajar, empiecen a mandarme trabajo. Trabajé 4 o 5 días, practiqué 4 o 5 días. Leandro que lo citaron por primera vez a la selección de San José, en ese momento. Vinieron a hablar con él y le dijeron que no se preocupara que se tomara el tiempo que necesitara. Pero él dijo que quería ir, papá está ya trabajando, yo voy a ir a practicar dijo Leandro. Como que Rosario no tenía opción. ́Nosotros te acompañamos hasta el Colegio –es Educadora de Preescolares allí- y te vamos a buscar ́. Dijo que sí y aprovechamos y fuimos los 3. Darnos después una vuelta a pagar cualquier cosa, es todo una transa. Lentes de sol, te querés ocultar, es espantoso, durísimo. La gente te mira. Es muy fuerte. Se te desordena todo. Es una tragedia tan fuerte que las personas quedan todas a flor de piel. Nosotros y las otras personas que también tienen empatía.
Sólo hablamos de esto lo que vos quieras, lo que te parezca, si querés, sin preguntas… salvo quizás, si creés en Dios….
Si estoy hablando de mi vida no quiero ocultarlo. Tengo que hablar de esto. Lo que rescato de todo esto, es que hubo una recuperación de Leandro, mía, de Rosario, más allá del dolor que hay que es permanente. Todos los días, todos los días es el dolor. Yo no creo en Dios. Rosario sí. Leandro creo que sí. Yo no me agarré de eso, me agarré de Karate y me agarré de la música. A los dos meses me subí a un escenario y lloré todo el tiempo, tocaba y lloraba, imponente fue eso. Por eso te digo, tanto la música, como el karate, como el trabajo, me ayudaron un montón, metí la cabeza ahí. Rosario tiene el coro del Safa y sus actividades, ayuda a la madre en el campo. Leandro se apoya en sus amigos, tenía un noviazgo muy importante que lo ayudó muchísimo. Empezó a estudiar, hizo Facultad, está haciendo, y el fútbol. Asistente Social hace. Le gusta mucho la política y la historia y las mezcla. A mí me tiene como loco porque me pregunta, me indaga y yo algo de letra tengo y se engancha mucho a discutir cosas. De eventos sociales y políticos. Tiene 21 años ahora.
Cosas que rompen, que destrozan, que matan… y cosas que recomponen…
Yo recomencé a dibujar cuando iba a la playa, en una Colonia de Vacaciones que tenía el SMI en Costa Azul. Hasta los 18-20 años dibujaba, después dejé para estudiar y trabajar. Los tiempos no me daban y retomé el dibujo en la playa, cosas sin forma, un sol, personajes, rozando los dibujitos animados, lo fantasioso, mezclaba un animal con otro. Rosario me las iba guardando y un día encontramos la carpeta y me senté a mirarla. ́Tendrías que hacer una exposición ́, me dijo ella. Y un día Juan Carlos Barreto me invitó a participar en una pequeña muestra con todos artistas plásticos y elegí un dibujo de ahí. Después me dijo que preparara una muestra y en el 2014 la presenté en el Espacio Cultural. Tenía muchos soles y otra pila de mamarrachos. “Soles y mamarrachos”, así le puse.
Después seguí dibujando, cambié los estilos. Mi dibujo se basa en una hoja en blanco, lápiz de grafito, alguna goma. Lo escaneo, en photoshop le doy color y después lo imprimo. Es un arte mixto. En agosto de 2018 volví a exponer. Y en todo eso ando… y voy a andar…
Créditos foto portada: Florencia Legarralde.