En la pasada edición de “Con Sentido” cual guionista de Patoaventuras, finalicé la columna con un ‘to be continued’, y como soy un ser humano de palabra, en esta nueva entrega vamos a abordar el tema prometido.
Por: Nacho Molina –el Cafetero del Macció-, Chef. Junio 2019.
El hambre y las ganas de comer.
El hambre, como reflejo condicionado en la mayoría de las especies, es un proceso que involucra a gran parte de nuestro organismo, no es lo mismo que las ganas de comer, de ahí que el dicho ‘’se juntaron el hambre y las ganas de comer’’, haga referencia a que dos cosas o personas con similitudes se unan para potenciarse. Las ganas de comer puede surgir de estímulos costumbristas o culturales, como por ejemplo, hacer un mate y pensar en bizcochos.
El hambre, es fisiológica, nuestro cuerpo manifiesta una sensible baja de energía y nos pone alertas para procurar el alimento, nuestro cerebro trabaja a toda máquina, piensa en ese alimento y delega al resto de nuestro organismo una serie de tareas para obtenerlo. Si somos afortunados y tenemos los medios para obtenerlo, este proceso se resumiría en: ir al supermercado, comprar los materiales y los ingredientes, volver a casa, cocinar y comer.
También podría ser, pensar en ese alimento, llamar por teléfono y esperar que llegue el delivery. Como también puede ser, revisar la heladera y la despensa, ingeniarnosla un poco, y cocinar con lo que tenemos. Desafortunadamente, hay mucha gente también, que no puede solucionarlo tan fácilmente, en otra columna me comprometo a hablar de esto.
Este proceso fisiológico, ha sufrido adaptaciones, en gran parte por estímulos culturales, como podría ser el recetario de la nación a la que uno pertenece, sus tradiciones y costumbres (un uruguayo pensaría en un corte de carne a la parrilla, un japonés en un donburi con vegetales) pero también por estímulos comerciales (un bonito empaque, jóvenes hermosos corriendo por una pradera y comiendo un pancho, o el chico que consigue el ansiado beso de la chica mas linda por regalarle un delicioso alfajor).
A comienzos de la década del 80, Charles Spence, a quien nombramos en la columna anterior, comenzó a estudiar esta relación, entre el hambre fisiológica y las ganas de comer, junto a un grupo interdisciplinario, se abocaron a la investigación de este proceso y dieron por llamar a esta mezcla de saberes, Gastrofisica.
Las conclusiones de sus estudios revelaron muchas cosas que ya dábamos por entendidas, como por ejemplo, la gente come más con los ojos. Pero también revelaron otras que no eran tan lógicas, la lengua no está dividida en zonas de gustos, los gustos se sienten distribuidos en toda la superficie de la misma, y los sabores son sensaciones subjetivas, existen tantos sabores como personas. Los estudios realizados mostraron además, que el ser humano puede ser manipulado de diversas formas para incidir en las decisiones a la hora de comprar un alimento en una góndola de supermercado, o simplemente pagar más por un plato en un restaurante sin dudarlo.
La iluminación, la música, la temperatura de la habitación, el color de las paredes, el mobiliario y detalles tan absurdos como el tipo de caligrafía utilizado en el menú. A la hora del emplatado, no se recomienda incluir alimentos con colores de la gama del azul ya que no es un color común en la naturaleza si de estos hablamos, los platos de color negro mejoran nuestra percepción positiva, el mismo alimento en un plato blanco puede resultarnos hasta un 30% menos atractivo, y así innumerables detalles más.
La industria alimenticia, en su afán de crecimiento, utiliza estas herramientas para vendernos sus productos, que muchas veces no son para nada saludables. Un caso de estudio es el de las bolsas de papas chips, el crujido de la bolsa activa en nuestro cerebro parte de los centros de placer y recompensa, como las drogas, escuchamos ese sonido y automáticamente pensamos en algo crocante y delicioso, aunque desestimamos la enorme cantidad de sal y grasas que estamos ingiriendo. El sonido también es fundamental a la hora de tomar un refresco cola, cuántas veces nos sucede a la hora de abrir una botella de estos y no escuchar el pssssssss del gas escapando? nos invade inmediatamente una profunda decepción, sin pensar claro en que una botella de agua sin gas esto no sucede y es infinitamente más saludable.
Vivimos en un mundo capitalista, y no es fácil escapar del mismo, lamentablemente a la hora de comer, también somos un numero, cocinemos mas, entiendo que todo hay que comprarlo, pero podemos comprar mejor, el verdulero del barrio, el almacén, el hermoso mercado que tenemos en San José, la feria de los sábados del mismo es realmente fantástica.
Y fundamentalmente, a la hora de salir a comer, pensar que esperar un poco más por tener un plato en la mesa, puede hablar muy bien del mismo, y de nosotros también.