Las cartas que no llegaron.
Escribe: Profesora Mirtana López. Junio 2019.
En verano, el 31 de julio de 1944, con su gran corpachón de sus más de 40 años, Antoine de Saint Exupèry subió a su avión en la base de las tropas aliadas de Córcega. Se dirigía a una misión de reconocimiento fotográfico sobre las líneas alemanas en la región de la Provenza francesa; será su último vuelo. Un año antes había escrito unas Cartas cuya destinataria permanece en secreto y que recién serán encontradas en el año 2007, en el transcurso de un remate entre coleccionistas. Estas cartas halladas agregaron datos sobre “El Principito”, obra que había terminado de escribir en octubre de 1942. El personaje reaparece para ayudar a su amigo Antoine a conseguir el amor de una jovencita que no le atiende el teléfono.
Son quince misivas suplicantes, en las que quien se había desvanecido lentamente como un árbol, estaba de vuelta. Estas cartas van dirigidas, apenas, a “Querida amiga”. Releamos una, de mayo de 1943.
“Desde las cinco de la tarde hasta la hora que me acuesto estoy solo, pues les he dicho a mis amigos que estaba cansado y no quería ver a nadie. La muchacha para la que tan cuidadosamente he reservado este tiempo libre no se ha tomado la molestia de telefonear para avisar que no venía. Descubro con melancolía que mi egoísmo no es tan grande, puesto que he dado a otro el poder de hacerme sufrir. Mi muchachita, darte ese poder es un acto de ternura, aunque me resulte muy triste ver cómo lo usas. Los cuentos de hadas son así. Una mañana nos despertamos y decimos: “sólo ha sido un cuento de hadas…” y nos reímos de nosotros mismos. Pero en el fondo no sonreímos. Sabemos demasiado bien que los cuentos de hadas son la única verdad de la vida.
La espera, los pasos ligeros. Y luego las horas que discurren frescas como un riachuelo entre la hierba y los cantos blancos. Las sonrisas, las palabras sin importancia que cobran tanta importancia. Escuchamos la música del corazón: es muy, muy bonita para quien sabe escucharla… Sin duda queremos muchas cosas. Queremos recoger todas las frutas y todas las flores. Queremos respirar todos los prados. Jugamos. ¿Es eso jugar? Nunca sabemos dónde comienza el juego ni dónde acaba, lo que sí sabemos es que estamos llenos de cariño. Y somos felices.
No me gusta este clima interior que ha reemplazado a mi primavera: una mezcla de decepción, aspereza y rencor. Me sumerjo en ese tiempo vacío en el que ya no queda nada qué soñar. Lo más triste de un pesar es tener que preguntarse si “merece la pena”. ¿Merece la pena tener esta pesadumbre por quién ni siquiera piensa en avisarte? Seguramente no. Entonces ya no sentimos más pesar sino una tristeza aún más profunda. Hoy no hay ningún Principito, ni lo habrá jamás. El Principito ha muerto. O en todo caso se ha convertido de pronto en un escéptico. Un Principito escéptico ya no es un Principito. Te culpo por haberlo malogrado.
Tampoco habrá más cartas, ni teléfono, ni señales. No he sido muy prudente y no pensé y no pensé que poco a poco me arriesgaba a sentir esta tristeza. Y he aquí que me he pinchado con el rosal al tomar una rosa.
El rosal dirá: ¿Qué importancia tenía yo para tí? Me chupo el dedo que sangra un poco y respondo: ninguna, rosal, ninguna. Nada tiene importancia en la vida. (Ni siquiera la vida). Adiós rosal.”