La importancia del juego con materiales no estructurados.
Por: Natalia Verdino y Sofía De León, Psicomotricistas. Junio 2019.
Muchas veces hemos observado a un bebé fascinado con el rostro de su madre mientras esta intenta llamarle la atención con un juguete. En diversos eventos hemos visto niños recibiendo un regalo que pasa a segundo plano mientras se explora y crea con la caja o el papel del envoltorio.
Se abren las puertas del mueble de la cocina y se despliega un mundo de posibilidades, sin embargo las ollitas, tacitas y platitos de plástico que compramos con ese fin, pronto se pierden en el anonimato de partes incompletas en el fondo de un canasto de “juguetes”.
En la articulación entre nuestra profesión como psicomotricistas y nuestro rol como mamás de niños pequeños es que nos surge la necesidad de investigar, entre otras cosas, cuál es la esencia en la transformación de un objeto a un juguete. Entendemos que dicha transformación tiene lugar únicamente dentro de una escena lúdica, cuando el objeto es investido y cargado de significaciones. Sólo a partir del vínculo que el niño establece con el objeto es que este último logra adquirir la categoría de juguete.
Entonces adherimos a la afirmación de que un producto comprado bajo el rótulo de “juguete” puede no cumplir con los requerimientos para entrar en la escena lúdica y permanecer bajo el título de adorno por un tiempo incalculable. Sin embargo; un objeto que nace lejos de las jugueterías puede fácilmente transformarse en un rico mediador de juego.
Uno de los objetivos que perseguimos en nuestra práctica es realzar el valor del juego con materiales no estructurados. Es decir materiales que no fueron creados para jugar pero que fácilmente se transforman en soporte para el juego: palitos, latones, cajas, papel de diario, retazos de telas, botellas, tubos de cartón entre muchos otros.
Se trata de materiales que no nos dicen a qué debemos jugar con ellos sino que atesoran el potencial de transformarse al servicio del juego y por tanto de las necesidades de quien los juega. No buscan, únicamente, favorecer la imitación de aquellas acciones que hemos visto se realizan con ellos, sino que dejan abierto a un sin fin de posibilidades, tantas, como ideas vayan surgiendo. “Cuando un niño recoge un desecho, repara la indiferencia del adulto que, conociendo su origen, no puede ya encontrar en él una identidad propia” (Daniel Calmels, 2013).
Los niños jugaran espontáneamente con este tipo de materiales, sin embargo con frecuencia los adultos creemos que un buen juguete es aquel que ofrece más elementos novedosos pero colocamos la novedad en el juguete y no en los recursos creativos del niño. Entonces brindamos “juguetes” en exceso, cargados de complejidad y sofisticación, y ponemos en riesgo los procesos creativos.
Entendemos fundamental favorecer experiencias que promuevan la creatividad en niños pequeños entendiendo esta como función cerebral compleja de alta integración. Es decir que involucra otras diversas funciones y recursos de los individuos, puestos en juego a la hora de encontrar soluciones que resultan originales para quien las crea.
Cuando decimos originales no hablamos de “grandes inventos” sino de pequeños actos que surgen de la espontaneidad y la búsqueda y son reconocidos por mí y por otros como valiosos descubrimientos, reafirmándonos en el hacer.
La creatividad no es solamente un virtud de los artistas sino una función que se desarrolla, enriquece y sale del campo de las artes para extenderse a las diversas esferas de la vida cotidiana.
Sin duda no se requiere de dispositivos majestuosos, de materiales complejos y costosos sino de funciones valiosas de parte de los adultos que acompañan; escucha, respeto, sostén, habilitación, confianza. Este es nuestro desafío y pequeña gran revolución.