Editorial. Por Mariana Rabinovich López.
Así nos quedó la cabeza el 24 de noviembre a la noche. Como planilla Excel.
Me he reído tanto de nervios esa noche y he gritado, como en las de los fallos de Carnaval; (bue, más o menos). O como cuando años ha me interesaban los resultados de los Oscar. Me atacaba el nervio gracioso, temblón, de los velorios. Taquicardias mientras abrían los sobres revelando al triunfador de las ternas. Debería quizás darme vergüenza, pero ni ahí. Algo así sentí el domingo de noche…
Algunas cosas quedaron tan meridianamente claras tras las elecciones presidenciales Uruguay 2019, que el resultado nos parte pasmosamente al medio. Hemos terminado esta jornada cívica y las horas consiguientes, no muy tristes los derrotados, ni tan felices los ganadores. No hubo lugar para el estallido de festejos salvajes, desgarramientos de vestiduras cual hinchada futbolera tras la cuarta caja de vino y el gol decisivo pasada la hora.
No pudimos sacarnos el gusto –afortunadamente-, de insultar a nuestros prójimos rivales entre vítores enajenados unos, ni llantos desconsolados, los otros. ¿Es posible que la mitad del país piense que lo mejor para todos es un proyecto de gobierno, y la otra mitad, el contrario? Unos piensan que cambiar está bueno. Los otros que lo conseguido ha valido todas las penas, incluso este resultado a cuadritos. Parece que sí. ¿Fue el cínico e irreverente “letrista de Dios” del Carnaval, quien nos mandó a rezar hasta a los ateos, ante la planilla Excel expuesta en cada TV?
El absurdo de Ionesco, la Ley de Murphy uruguaya. Acá en este paisito, podemos estar orgullosos de cosas importantes: al final, no todo da lo mismo. La mayoría de quienes votarían a un Lula, no votarían a un Bolsonaro por rabia. Acá, la mayoría de los ciudadanos no tienen el grado de fragilidad borderline ideológica necesaria para votar a los Kirchner Fernández en una elección, a los Macri en la que sigue, y de vuelta a los Fernández. Porque se entiende –al menos exactamente a medias-, que detrás y antes que los candidatos, están las ideologías. Qué alivio! Y qué desasosiego! En partes iguales. Sí. ¿O no?
El desconcierto ante la pifia de las encuestadoras, a estas alturas en reiteración real durante décadas ya, no debería ser tal. Pero igual se siente. A mí me da bronca. Y desconfianza. Y eso es lo primero que quiero subrayar. ¿Por qué los medios de comunicación –TODOS, sólo con honrosas excepciones aisladas de algún programa o periodista puntual-, hacen la vista gorda haciéndoles el juego a estas empresas, como que no pasa nada y cualquiera se equivoca? Desconfío. Y la verdad no tengo pruebas, pero tampoco dudas. Tienen que ser intereses en común, pautas publicitarias, negocios. No sé los detalles, pero sí que es así.
Otra explicación no puede existir para los “errores” de las encuestadoras, que además siempre vuelcan desbarrancando hacia el mismo bando, resguardándose en falacias técnicas posibles, márgenes de error probables, efectos huracán de última hora generados por alguna declaración demencial de candidato peligroso… ¿Debería haber dos “Frentes Amplios”? Uno sería el Frente Amplio que ya existe. El otro, el Frente Amplio multicolor. En la histórica segunda vuelta que tuvo lugar ayer, nuevamente se demostró la vocación democrática y el compromiso ciudadano de los uruguayos. No lo digo por chauvinista. Tengo amigos de todos los palos, pelos y temas. Amigos realmente amigos, a los que confiaría mi vida. No sabría decir hoy… mientras escribo esto, 25 de noviembre, exactamente qué siento…
La noche de ayer ante la planilla excel compartida con una de esas grandes amigas de la vida y un par de cervezas, me dejó aplanada de sorpresa y ansiedad… Hoy, quizás lo más importante que tengo para compartir sea algo así: Estoy orgullosísima de ser coherentemente uruguaya. Es un alivio. El respetuoso resultado de esta elección. Me parece lógico e ideológicamente digno. ¡Vamos por más!