El teatro político de Gianina Carbonariu.
Por Laura Pouso.
Aún cuando se intente no caer en los estereotipos de cualquier índole, ni en los lugares comunes, ni en las imágenes archivadas en algún lugar del inconciente colectivo o individual, para ciertas generaciones será -tal vez- inevitable pensar en Rumania y no evocar un país pobre, aniquilado por una larga dictadura, con una economía en transición cuyas dificultades son de las más importantes de Europa del Este.
Rumania se figura en la mente como un aluvión de imágenes de registros filmados que abarcan desde la ejecución de los genocidas Nicolae Ceaucescu y su esposa en la mañana de navidad de 1989 al 10 absoluto de la prodigiosa Nadia Comanesci en las Olimpíadas de Montréal del 76 ́. A fines de la década de los 80 ́, como para otras tantas y cruentas dictaduras de Europa del Este, el comunismo dejaría en Rumania paso al liberalismo; una suerte de espectacularización del capitalismo invadiría las ciudades y pueblos del país con la ilusión de habitar un suelo donde por fin todo se podría vender y comprar.
Sin embargo, el american dream adquiriría muy rápidamente un retrogusto amargo y pasaría a transformarse en desesperación. En esos flashes se cuelan también secuencias que incluyen a los niños mendigos de las calles de Bucarest, los tradicionales huevos de Pascua decorados y los paisajes campestres con música festiva. Rumania es todo eso y más sin duda, es también el país del coraje y de la dignidad. En el paisaje político y social todo parece haber cambiado de manera vertiginosa en los últimos diez años.
Y de esa Rumania lejana y cercana a la vez, poco conocemos de su teatro más allá de la figura emblemática de Eugene Ionesco (1909-1994) que probablemente sea más heredero de la tradición cultural francesa que de la de su propio país. Sin embargo, en los últimos años aparece en la escena una presencia femenina intensa, creativa, brillante: la de Gianina Carbonariu. Nacida en el seno de una familia de obreros en Piatra Neamt, una ciudad industrial de Moldavia, se forma en la Rumania post-comunista.
Egresada de la Universidad Nacional de Teatro Luca Caragiale de Buscarest, funda con tres otros jóvenes compañeros de generación el colectivo DramaAcun, una estructura que apunta fuertemente a renovar el medio teatral rumano, demasiado amparado en un modelo clásico y conservador, apostando a dar valor a las escrituras contemporáneas locales. En ese movimiento, destaca sin duda con la impronta de su teatro político Carbonariu, quien sin concesiones y con una frontalidad que no deja de sorprender, narra –apoyada en una estética personal, tanto en la escritura como en la puesta en escena- un mundo que oscila entre la rebelión y la desesperación.
“Me interesan las historias que se dan a mi alrededor, las que probablemente no van a quedar en los libros que cuentan la gran Historia. Me interesa la denuncia de una realidad que cambia su rostro sin cesar, pero que no cambia tan rápido en los niveles más una sociedad minada por la crisis, abandonada a la corrupción, al capitalismo salvaje, a la mercantilización a ultranza”, comenta.
Rumania como tema.
Autora de unas veinte piezas, su metodología de trabajo se asemeja a la de muchos otros creadores contemporáneos que ponen el foco en la realidad y parten de ella para concebir universos ficticios, sin dejar de proyectar en ellos sus preocupaciones políticas y su cuestionamiento a los distintos modelos hegemónicos de los poderes macro económicos. Carbonariu se considera más una hacedora de espectáculos, una directora de escena, que una dramaturga en el sentido estricto del término y no deja de sorprenderse cada una vez que uno de sus textos es traducido a otras lenguas y montado por otros directores y que sus historias adquieren independencia o vuelo propio saliendo del contexto que les diera origen.
Trabaja tomando como punto de partida la realidad, sobre la base “de documentos y entrevistas el texto emerge, luego, a partir de esos materiales y el trabajo en el escenario.” Su producción adquirió relevancia por fuera de su país de origen a partir del estreno de su obra Stop de Tempo (2004) en algunos festivales internacionales y en particular tras ser montada en el Royal Court Theather de Londres y en la Schaubune de Berlín. La obra, con vértigo de road movie, cuenta la historia de tres jóvenes rumanos que se encuentran por casualidad en una discoteca.
Aburridos, inventan un proyecto: cortar la luz en todas las discotecas, restaurantes y supermercados de la ciudad. Muchos otros estrenos se han sucedido desde entonces y sus creaciones han sido frecuentes en los grandes circuitos de distribución internacional de espectáculos. Sin embargo, la creadora continúa instalada en su país de origen, produciendo desde allí con su grupo: “La situación en Rumania me interesa siempre y me influencia mucho.
No quiero específicamente hacer una crónica de este período, pero estamos viviendo unos años muy interesantes. Escribo como reacción a los discursos impuestos en la era comunista y desarrollados después de 1989 por los nacionalistas: quiero dar mi visión muy personal de Rumania y de lo que está pasando ahí. No se trata de describir Rumania sino de luchar contra los clichés de los años 90 ́, clichés nocivos y reductores.
Los rumanos tienen dos maneras de atribuirse una identidad: o bien se sienten vagos e inútiles o bien se ubican en el centro del universo…son dos perspectivas extremistas; por mi parte trato de ser lúcida, para construir mi propia identidad.”
En Solitaritate,(2015), uno de sus proyectos más recientes, la autora estructura la obra a partir de 5 cuadros que presentan situaciones basadas en casos reales y apuntan a desconstruir ciertos estereotipos frecuentemente asociados con la era Ceaucescu y escribir para el espectador de su tiempo “no hay muchos espectáculos que hablen de la realidad de Rumania y la clase media siente curiosidad por ver un teatro que hable de su propia vida…gracias al boom económico empezó a prosperar pero después de la crisis del 2008 vino la caída. El individualismo, la lucha por la supervivencia tomaron la posta, inclusive en las familias”, constata.
Al ser entrevistada a menudo señala “no escribo para salvar al mundo” sino que dirige su intención más bien a “invitar cada noche a una comunidad a sentarse junta a reflexionar.” Y destaca que los temas que la interpelan y sobre los que pretende provocar la reflexión son válidos “para toda Europa, donde vemos bien si tomamos como ejemplo la cultura como cada teatro intenta sobrevivir…pero si no intentamos vivir juntos, corremos el riesgo de morirnos todos.” Esta Rumania, entonces, no se siente tan lejos.
La gran semilla del teatro político parece estar germinando en la escena de Gianina Carbonariu que retomando el modelo de la integración.
Foto: Kiosko Teatral.