LOCOS DE LA VIDA – Capítulo 2 – La Decisión

LOCOS DE LA VIDA
 
Capítulo 2 – La decisión

Capítulo 2 – La decisión

Como todas las grandes cosas que se precien de tales, nuestra nueva vida –o, mejor expresado-, nuestra auténtica vida nueva, necesitaba decisiones decisivas, para ejecutarse.

Una vez acordado el objetivo, decididos a hacernos cargo de que nuestro sueño común se convirtiera en nuestra realidad común, teníamos que resolver cada detalle. Llevar a cabo un plan minucioso. Qué placer! ¿Puede haber un placer más absoluto que tener la vida que se nos antoje?

Nos sentíamos enderezando el timón, que se dirigía directo a una tormenta espeluznante, en cuyo centro aguardaba inexorable, para rematarnos, el triángulo de las bermudas. Un sitio en el que si uno cae, es dificilísimo, si no imposible, salir. En la vida, atravesamos varios triángulos de las bermudas, se van como profundizando. Si no nos detenemos a tiempo, llega un momento en que ya no podemos salvarnos, porque ese vacío sin fin, lo tenemos dentro.

Pero esta vez, el viento que soplaba nuestras velas, las manos que conducían el timón y los remeros que nivelaban la velocidad, éramos nosotros mismos. Algo a celebrar y aprovechar.  Somos los dueños de nuestros destinos. Y nada está escrito.

Así que nos reunimos al día siguiente de aquel 26 de enero aciago, cuando nos juntamos en lo de Ernesto a cuidarlo del post operatorio y tomar unos tragos helados. Ernesto sólo granadina. Un calor asqueroso, estábamos padeciendo las últimas semanas en la ciudad, como era previsible.

La conversación había surgido así nomás. En realidad, ya la habíamos tenido otras veces, o la rondábamos. Con nosotros mismos  o en diálogos con otras gentes, en otros contextos. Sólo que en esta ocasión, una vez iniciado el tema, no tuvo retorno. Queríamos eso. Era el momento adecuado, la hora, el lugar, la gente y hasta el clima sofocante aquel, de mierda, que sumaba como loco para hacernos tomar conciencia de lo herradura de vidas que andábamos. Sobrevivíamos ahogadísimos.

Y la noche aciaga tomamos la decisión. No fue tan difícil. Ernesto, acomodado en su silla favorita, una playera grandota con posabrazos anchos que le permitían apoyar sus brazos enyesados, chupaba desapacito su granadina, desde el artefacto que le había inventado la Carla: un vaso largo de plástico duro de promo de vodka, con tres pajitas encastradas para llegar hasta la boca del accidentado, que por los motivos recién dichos, no podía agarrar nada.

Él fue quien dijo primero:

-Lo que es yo, me voy.

-Yo, también

-Yo también.

-Sí. Me voy

El mudo asintió decidido con la cabeza.

-Yo no! Declaró el Lulo con su voz aflautada. Se lo veía venir, por la línea de argumentación que traía de toda la vida.  Él se encontraba cómodo desde su lugar de supremacía masculina rubia acomodada.

Estaba bien también. Era válido, por supuesto. Todo estaba bien.

La decisión estaba tomada.

Carla. Victoria. Emilia. Ernesto. Orlando. Y necesariamente Gaviota. Nos íbamos.

Un nuevo desafío para mantenernos realmente vivos! La emoción nos inundó y nos dejamos llevar. Como chicos, felices, aunque ninguno bajaba de los 40 (salvo Gaviota, que estaba en su cuarto ahora conversando con sus amigos en las redes y por el momento no se había enterado de las buenas nuevas)

La Gaviotita es la sobrina de Ernesto. Tiene 18 años y vive con su tío desde que la mamá murió. Del padre casi sin noticias. La mamá, hermana menor de Ernesto, era nuestra gran amiga también. La Amanda. Les contaré sobre ella en otros capítulos. Promesa. Amada Amanda.

Una vez pronunciados todos los: -Yo voy; -Yo también; -Yo los iré a visitar, la fiesta total estalló.

Exultantes! Nos proponíamos ganarle un terreno inesperado a la muerte. ERamos de nuevo unos osados, los aventureros dormidos que llevábamos dentro había despertado y se adueñaban de nuestros cuerpos. Nos dejábamos ser, nos dejábamos disfrutar.

En esas Ernesto,  en un derroche de energías y palabrerías jamás oídas de aquella boca, arriesgándolo todo se paró sin manos. La pajita le colgaba de los labios, no le resultaba fácil despegársela sin manos. Nos dio un poco de miedo y protestamos un tanto. Pero el albañil constructor de tantos cortes en la cara, estaba imparable:

-Putaqueloparióooooooo! Toda la vida esperando este momento. Me llega un poco de grande. En mi cumpleaños 70! Pero me llega! El mejor regalo!

Todo cierto. Sí señor. Ese día, además de haberle dado el alta con un diagnóstico relativo y pronóstico de recuperación reservado, varias costillas y los dos brazos quebrados, era el cumpleaños del gran Ernesto. El mismo que viste y calza. El autor de la frase: “mucho mejor quebrarse los brazos que las piernas” (respuesta que brindó sosteniendo que lo había hecho adrede, cuando le observamos que qué cosa rara como habría caído para quebrarse así y tener las piernas intactas). Creo entender por qué lo dice, pero no estoy segura y se negó a dar más explicaciones, le parece obvio.

El asunto es que el muy turraco cayó alcoholizado de la copa de un árbol jodidamente alto, mientras intentaba cortar unas ramas que se la habían metido por la churrasquera a un buen cliente de toda la vida. El cliente, al que todos conocíamos, era el bonachón del Oscar, veterinario querido del pueblo. Decía que el Ernesto era terco como las mulas que atendía. No había bicho que no atendiera el Oscar, y el único que le causaba rechazo, era el humano. A los demás animales los atendía con amor a todos, muchas veces sin cobrar, y las anécdotas de mordeduras, intentos de devoración, picaduras e ainda mais, cundían por todo el pueblo. Admirábamos a Oscar en general. Oscar admiraba a  su mujer Ana y a su amigo Ernesto y muy poca cosa más. El Oscar, que no hace mucho se había retirado con Ana a un campito de las afueras, cruzó el pueblo en dirección al sanatorio a 60 kms por hora –que era todo lo que permitía su flamante Mehari usada comprada en un remate, puesta a punto por el mismísimo Ernesto, que también era bueno en la mecánica-. La Mehari era el único vehículo que deseaba conservar, había explicado, tiene todo lo necesario. Pero en aquel viaje desesperado, había descubierto que todo no. Bocina no! Por eso fue que la Ana fue todo el recorrido gritando: ABRANPASO UUUUUUUUUUUIIIIUUIIIIIIUUIIIIIIIII ABRANPASOOOOOO PASOOOOOO UIIIIIUIIIIIIUIIIIIIIIIIIIIII, encaramada en la puerta del acompañante, haciendo gestos desesperados. Unos temerarios. Unos héroes, se la jugaron para salvar la vida de Ernesto. Los minutos que demoraron fueron decisivos. Esperar la ambulancia hubiera sido un error fatal, anunciaron luego los médicos.

A su manera, el Oscar y la Ana habían llegado a la misma conclusión que nosotros: era momento de hacer de sus culos unos pitos. Se jubilaron. Vendieron su casa de toda la vida en el pueblo y se mudaron a “La Charka” (Ana tenía un problemita de dicción desde niña y decir la chakra le  costaba horrible, así que se solución fácil, cambiando el orden de las letras, algo obvio).

Y allá se divertían a sus anchas. Nuevamente y como toda la vida, rodeados de animales, lo que ahora sí, sólo atenía por placer. Una jubilación  super extraña, porque seguían haciendo lo mismo o más, que cuando trabajaban de lo mismo. Ana siempre había conducido la parte administrativa y marketinera. Un éxito. También amaba los animales, por supuesto. La veterinaria se llamaba “Verterinaria Nimales Sueltos”. Una marca registrada.

En fin, el punto es que Ernesto es íntimo amigo de la pareja, les había ayudado en todo el Ernesto.

 

Victoria no durmió esa noche, la de la decisión. Ni pestañazos, absolutamente cero.  Se dedicó a enviarnos indicaciones, sugerencias, órdenes, ideas, propuestas, promesas, al grupo de whatsapp creado la noche aciaga.

A mí me asignó una tarea importante: registrar todo el viaje. Nuestra bitácora de vida. Eso dijo Victoria y me pareció lógico y bien. Y aquí estoy, porque tengo la sensación que si no voy día a día, la cosa se va a desmadrar.

Habíamos quedado en reunirnos la noche siguiente, o sea hoy, en lo de Ernesto nuevamente. Teníamos que planear todos los detalles. Cada uno de nosotros pasó una jornada extraña hoy, en sus tareas habituales, protegiendo por el momento, un secreto tan valioso que nos enciende fueguitos como los de Galeano en el alma.

Yo estaba nerviosa cuando por fin  pude llegar a la puerta de la casa de Ern, con mi famosa lasagna bajo el brazo. La asadera aún caliente. Gaviotita abrió la puerta antes que pudiera afirmarme al timbre. Me pegó tremendo abrazo. Más fuerte aún que los acostumbrados. Tenía los ojos llenos de lágrimas, lo que no era extraño del todo porque lloriqueaba bastante, vivía emocionada.

–Te juro tía, te jurooooo, he esperado esto toda mi vida, lo he soñado incluso, tal cual!. Se declaró la encargada de las conexiones online-intrnet-infranet-conexiones-negocios-autosustentarnos-automarketing-online-.

-Excelente, excelente, sí, sí! Repetía yo, convencida.

-Y ya decidí finalmente cómo continuar mis estudios, qué estudiar, fíjate vos!

-Aha?!!?, cómo Gaviotita? Qué estudiarás?

-Informática, más bien. Sistemas. Programación y Diseño! Más bien!

-Más biennn! Excelente, excelente! Le decía yo aunque me parecía que la niña tenía mucha sensibilidad para cualquier actividad humanística. -¿Y si entramos y conversamos adentro?

Recién entonces ella reaccionó, distinguió el bulto que hacía la lasagna, la olisqueó, y con una carcajada y del brazo, entramos.

Habíamos acordado el día anterior, que Ernesto le explicaría todo la idea a su sobrina por la mañana, porque sin ella, él no podría irse. Eso estaba claro, y quizás tampoco los demás resolviéramos dejarlos sólos. Ellos eran nuestra familia y responsabilidad también. Pero confiamos en la reacción positiva de la nena.  Y así fue, la conocíamos bien.

Todos teníamos, más que menos, puntos álgidos y calientes para resolver en nuestras vidas, que obstaculizarían el viaje. Una historia de vida, obviamente.  Nuestro plan era soltar aquella vida, para embarcarnos en una nueva. Queríamos hacerlo con cuidado. Desde el primer instante teníamos claro que el camino era el cuidado, el amor y la comprensión, no la confrontación, no el desprecio y el abandono. Sólo se trataba de un nuevo camino, podía parecer un cambio drástico, pero nadie planeaba dejar a tanta gente tan querida en el olvido ni renegar de la vida actual.

-Estamos esperando a Carla!, gritaba la Gavi exhaltadísima, los ojos húmedos. Feliz.

Por la cocina generosa de Ernesto, andaban  ya Vic y el Mudo. Nos disponíamos a hacerle el aguante a Carla. Valdría la pena, en el grupo iba anunciando, misteriosa, que venía un poquitín retrasada, pero llegaría con una “sorpresita” .

Por interés genuino y para bajar la ansiedad de la espera, le tiré al mudo una pregunta que más tarde o más temprano, íbamos a responder todos:

– ¿Cómo fue tu día, Orlando?

-Estoy despedido, dijo.

Estallamos todos en carcajada nerviosa. No había marcha atrás. Aquel buque había comenzado a adentrarse a la mar, todos íbamos juntos, todos viajaríamos allí cómodos, tranquilos, plenos, o todos nos hundiríamos.

-Pero, ¿qué pasó? ¿Qué te hicieron?-. No tengo idea por qué le pregunté eso.

-Yo hice-, constató el Mudo, y relató la historia del despido más estrambótico jamás escuchada.

🙂 C O M P A R T I R • H A C E • B I E N 😉