Hace un mes se incendiaba parte de la catedral Notre Dame (París, Francia) y así publicábamos la columna escrita por Mariana Rabinovich.
Tras el incendio de la Catedral de Notre Dame, que conmovió con motivos (afortunadamente) al mundo entero, las repercusiones por “el día después” son de destacar. Especialmente el pronunciamiento masivo en la redes, que refleja la opinión del ciudadano común, repudiando que en pocas horas se recaudaran 800, 900 o 1000 millones de euros destinados a la reconstrucción del edificio.
Una cifra obscena, para un fin indignante, si hablamos de “prioridades” humanas. Qué vergüenza ser humana me da… Vivir aceptando estas reglas…
Hambrunas, enfermedades, guerras, desastres naturales, devastación, injusticias indescriptibles. Cientos de miles de personas condenadas a morir sin vivir, destinadas desde la cuna a las peores condiciones. Sin derecho alguno. Todo, en realidad, pudiéndose resolver con dinero, que de eso se trata la cosa en este mundo hoy, porque así lo hemos construido.
Sinceramente sentí ganas de vomitar cuando fui escuchando las novedades… hora tras hora. Vergüenza y asco hacia parte de la raza humana, que legitima que un futbolista gane millones, que legitima que un supermillonario pueda donar esas cifras para la reconstrucción de un edificio –porque no otra cosa es una catedral, por más maravillosa que sea esta-.
Impotencia. Estamos mal. Muy mal.
Debería haber un límite a lo que un ser humano puede acumular materialmente en una vida. De allí en adelante tener la obligación de donarlo… Cada moneda dirigida a amasar esas fortunas ingentes, a costear lujos y caprichos morbosos, inexplicables, tendrían que pagar un plato de comida, un medicamento, un abrigo para los desgraciados.
En Twitter los usuarios compararon necesidades y pobreza sufridas a nivel mundial, con el dinero donado para Notre Dame. “África” se volvió tendencia en Uruguay y Argentina debido a las miles de fotos que ilustraban la situación de hambruna y pobreza que hay en el continente más subyugado del mundo.
No tenemos que callar, no podemos ser cómplices. No podemos dejar de gritar, de escribir, de cantar, de expresar “que el mundo fue y será una porquería…” y momentos como éste,
son la devastación de la dignidad y la esperanza…
Me pregunto de qué podría valer el arte acumulado en Notre Dame si lo que le ocurre a los más desfavorecidos de la Tierra, morir de hambre, nos ocurriera a todos, porque tuvimos la desgracia de nacer en esas condiciones… ¿Quién apreciaría la belleza de una Catedral y sus tesoros, si los ojos que debieran admirarla estuvieran cerrados de dolor, necesidades, mugre, enfermedad…desesperanza?