Por: Mirtana López
“América y el futuro del español. Cultura y educación, tecnología y emprendimiento” se llamó el 8o Congreso de la Lengua española, realizado por segunda vez en Argentina. Con los medios actuales de comunicación, pudimos ver y oír en simultáneo, discursos de inauguración del Rey de España y del Presidente argentino, disfrutar de espléndidas oratorias como la del Presidente de la Academia Española, Santiago Muñoz Machado, de controlado estilo culto; poéticas, como la de Santiago Kovadloff; sabiamente humorística, como la del Luthier Mundstock o la de Joaquín Sabina, que lo fue todo: “Yo me considero de una patria mucho más grande, que es mi lengua, la lengua española”. 250ponentes de unos 30 países, escritores, académicos, pensadores, activistas, expusieron para miles de inscriptos de todo el planeta y fueron difundidos por más de 400 medios de comunicación acreditados.
Organizado por el Instituto Cervantes, la Real Academia Española y la Asale -Asociación de Academias de la Lengua española, de la que forma parte nuestra Academia Nacional de Letras -, en esta oportunidad tomó a “Rayuela” de Julio Cortázar como el libro homenajeado con una edición especial. Muy orgullosos están los argentinos de ser la única nación que albergó al CILE por segunda vez, durante dos gobiernos muy opuestos. Tienen razón; allá ellos lo disfruten.
Aunque varios pasajes de algunos discursos inaugurales puedan resultarnos bastante “originales”. En primer lugar el desliz del rey: “Vuestro José Luis Borges, nuestro también por universal”. En segundo término, el enorme bache en el que cayó el Presidente Macri cuando imaginó inútil y servilmente una historia lingüística americana muy confusa e irrespetuosa de las lenguas originarias. Al punto de ningunear el guaraní, imaginar traductor rioplatense y olvidar las varias lenguas autóctonas que se hablan en su país. Y en tercer lugar, con todos los respetos al gran escritor que fue, la necedad de Vargas Llosa cuando, al tiempo que rebajó la valoración literaria actual de “Rayuela”: “la gran sorpresa que fue “Rayuela” va a ir, no diría desapareciendo, pero sí empequeñeciendo, en gran parte por las imitaciones en la experiencia revolucionaria que significa esta novela”. De la que también dijo que es una “novela buena gente, desprovista de maldad. Lo que hay allí, más que la estructura, es un espíritu juguetón, juvenil. Era la primera novela en la historia de la lengua española que introducía el juego como un elemento esencial, desde el título. Rayuela es un juego de niños; a todos nos sorprendió”. Hoy es él quien nos sor- prende porque nos parece raro que se haya olvidado de Cervantes y su Don Quijote. Que jugó en su novela también desde el título.
Sin embargo, fue su comentario sobre la reciente carta del Presidente de Méjico, Andrés Manuel López Obrador, al Rey de España, la que convocó todos los resentimientos del renegado escritor: “Tengo la impresión de que se equivocó de destinatarios, debió enviarse la carta a él mismo y responder a la pregunta de por qué México, que hace cinco siglos se incorporó al mundo occidental gracias a España, tiene todavía tantos miles de indios marginados, pobres, ignorantes, explotados; es una pregunta que se puede hacer a casi todos los presidentes latinoamericanos”. El presidente mexicano “no parece informado de que las grandes matanzas de indios no fueron solo en los años coloniales, algunos países como Argentina, Chile o la propia Perú cometieron matanzas espantosas de indios durante la República y que se han seguido cometiendo en la Amazonía en la época del caucho”. Para el primer Congreso de la lengua realizado en Zacatecas, 1997, el discurso inaugural de García Márquez nos pedía aprender de las lenguas indígenas, por ejemplo de los Mayas, que tenían su dios de las palabras: “…Son pruebas al canto de la inteligencia de una lengua que desde hace tiempo no cabe en su pellejo. Pero nuestra contribución no debería ser la de meterla en cintura, sino al contrario, liberarla de sus fierros normativos para que entre en el siglo veintiuno como Pedro por su casa.
En ese sentido me atrevería a sugerir ante esta sabia audiencia que simplifiquemos la gramática antes de que la gramática termine por simplificarnos a nosotros. Humanicemos sus leyes, aprendamos de las lenguas indígenas a las que tanto debemos lo mucho que tienen todavía para enseñarnos y enriquecernos, asimilemos pronto y bien los neologismos técnicos y científicos antes de que se nos infiltren sin digerir, negociemos de buen corazón con los gerundios bárbaros, los qués endémicos, el dequeísmo parasitario, y devuélvamos al subjuntivo presente el esplendor de sus esdrújulas: váyamos en vez de vayamos, cántemos en vez de cantemos, o el armonioso muéramos en vez del siniestro muramos. Jubilemos la ortografía, terror del ser humano desde la cuna: enterremos las haches rupestres, firmemos un tratado de límites entre la ge y jota, y pongamos más uso de razón en los acentos escritos, que al fin y al cabo nadie ha de leer lagrima donde diga lágrima ni confundirá revólver con revolver. ¿Y qué de nuestra be de burro y nuestra ve de vaca, que los abuelos españoles nos trajeron como si fueran dos y siempre sobra una?”. Es bueno saber que nuestro idioma ocupa el segundo lugar de hablantes a nivel mundial, más de 500 millones por debajo del primer puesto que ostenta el chino mandarín. La Universidad de Córdoba, pionera en Latinoamérica –creada en 1613 – ha estado al frente de importantes sucesos culturales, innovaciones y búsquedas. Así ha marcado un camino de renovación intelectual que las orientaciones políticas de turno no han podido detener.
En esta oportunidad, Córdoba la Docta organizó junto al VIII Congreso, una especie de contra-congreso que también tuvo mucha resonancia y sobre el que deberemos informarnos. “El I Encuentro Internacional: Derechos Lingüísticos como Derechos Humanos es una iniciativa llevada a cabo por la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba (Argentina), a través de un grupo de estudiantes, egresados y docentes, con la intención de visibilizar problemáticas vinculadas a la lengua y a las políticas lingüísticas y con la convicción de que el respeto a la variabilidad lingüística constituye un derecho humano inalienable. Es así que, para- lela mente al VIII Congreso Internacional de la Lengua Española que se llevará a cabo en marzo del 2019 en la ciudad de Córdoba, nosotros proponemos tres días de actividades que tienen como propósito aportar al debate de la lengua desde una perspectiva latinoamericana, plural e inclusiva.
¿Por qué son malas las malas palabras?
En el III congreso, 2004, realizado en Rosario, inolvidables fueron el discurso del escritor mejicano Carlos Fuentes, orador increíble, y la intervención de Roberto Fontanarrosa, quien en su propio hogar, pronunció aquel discurso sobre “Las malas palabras”, en el que honestidad intelectual y sentido del humor se unieran tan creativamente:
“No voy a lanzar ninguna teoría. Un congreso de la lengua es un ámbito apropiado para plantear preguntas y eso voy a hacer. La pregunta es por qué son malas las malas palabras, ¿quién las define? ¿Son malas porque les pegan a las otras palabras? ¿Son de mala calidad porque se deterioran y se dejan de usar? ¿Tienen actitudes reñidas con la moral? Obviamente, no sé quién las define como malas palabras.
Tal vez sean como esos villanos de viejas películas como las que nosotros veíamos, que en un principio eran buenos, pero que al final la sociedad los hizo malos. Tal vez, al marginarlas las hemos derivado en palabras malas, ¿no es cierto? Muchas de estas palabras tienen una intensidad, una fuerza, que difícilmente las haga intrascendentes. De todas maneras, algunas de las malas palabras… No es que haga una defensa quijotesca de las malas palabras, algunas me gustan, igual que las palabras de uso natural.
Yo me acuerdo que en mi casa mi vieja no decía muchas malas palabras, era correcta. Mi viejo era lo que se llama un mal hablado, que es una interesante definición. Como era un tipo que venía del deporte, entonces real-mente se justificaba. También se lo llamaba boca sucia, una palabra un poco antigua pero que se puede seguir usando. Era otra época, indudablemente. Había unos primos míos que a veces iban a mi casa y me decían: “Vamos a jugar al tío Berto”. Entonces iban a una habitación y se encerraban a putear. Lo que era la falta de televisión: había que caer en esos juegos ingenuos.
Ahora, yo digo, a veces nos preocupamos porque los jóvenes usan malas palabras. A mí no me preocupa que mi hijo las diga. Lo que me preocuparía es que no tenga una capacidad de transmisión y de expresión, de grafismo al hablar. Como esos chicos que dicen: “Había un coso, que tenía un coso y acá le salía un coso más largo”. Y uno dice: “¡Qué cosa!”.
Yo creo que estas malas palabras les sirven para expresarse, ¿los vamos a marginar, a cortar esa posibilidad? Afortunadamente, ellos no nos dan bola y hablan como les parece. Pienso que las malas palabras brindan otros matices.
Yo soy fundamentalmente dibujante, manejo mal el color pero sé que cuantos más matices tenga, uno más se puede defender para expresar o transmitir algo. Hay palabras de las denominadas malas palabras, que son irremplazables: por sonoridad, por fuerza y por contextura física. No es lo mismo decir que una persona es tonta o zonza que decir que es un pelotudo. Tonto puede incluso incluir un problema de disminución neurológica realmente agresivo. El secreto de la palabra pelotudo, ya universalizada, está en que también puede hacer referencia a algo que tiene pelotas, que puede ser un utilero de fútbol que es un pelotudo porque traslada las pelotas; pero lo que digo, el secreto, la fuerza; está en la letra t. Analicémoslo: está en la letra t, puesto que no es lo mismo decir zonzo que decir peloTudo.
Otra palabra maravillosa que en otros países está exenta de culpa es `carajo ́. Esa es otra particu- laridad, porque todos los países tienen malas palabras pero se ve que las leyes de algunos países protegen y en otros no. Tengo entendido que el carajo era el lugar donde se colocaba el vigía, en lo alto de los mástiles de los barcos para divisar tierra o lo que fuere, entonces mandar a una persona al carajo era estrictamente eso, mandarlo ahí arriba. Amigos mexicanos me explicaban que las islas Carajo son unas islas que están en el océano Índico. En España, el carajillo es el café con coñac y acá apareció como mala palabra, al punto que se ha llegado al eufemismo de decir caracho, que es de una debilidad absoluta y de una hipocresía… ¿no? Hay otra palabra fundamental en el idioma castellano, que es la palabra «mierda», que también es irremplazable. El secreto de la contextura física está en la r, que los cubanos pronuncian mucho más débil – mieLda – que suena a chino y en eso está la base de los problemas que ha tenido la Revolución cubana, en la falta de posibilidad expresiva. A veces hay periódicos que ponen: «El senador fulano de tal, envío a la M a su par…». La triste función de esos puntos suspensivos, realmente el papel absurdo que están haciendo ahí, merecería también una discusión acá, en el Congreso de la Lengua.
Lo que yo pido es que atendamos a esta condición terapéutica de las malas palabras. Mi psicoanalista dice que es imprescindible para descargarse, para dejar de lado el estrés y todo ese tipo de cosas. Lo único que yo pediría -no quiero hacer una teoría- es reconsiderar la situación de estas palabras. Pido una amnistía para la mayoría de ellas. Vivamos una Navidad sin malas palabras e integrémoslas al lenguaje porque las vamos a necesitar”.