Cápsulas josefinas (II).
Escribe: Fabio Guerra Correa.
Fue ver el cartel que dice “Panadería El Pescador” y entrar a preguntar si vendían merluza, además de ojitos. “Es panadería y perteneció a mi suegro; cuando la compró ya tenía ese nombre”, dijo Valeria, detrás del mostrador. Delante del mostrador, cubriendo una pared entera, está su suegro, “el Barullo”, leyéndole un libro a una niña. Concentrado y, a la vez, semisonriente.
Pescador sorprendido por un pique. Dice Daniel, su hijo adoptivo, esposo de Valeria y actual responsable de la panadería, que aunque al Barullo le gustaba pescar no la bautizó así por su afición, sino por respetar un nombre heredado.
A media cuadra de donde en 1974 el Barullo abrió la panadería El Pescador, vivía Daniel con su madre y cinco hermanos. Dos por tres él y sus hermanos chicos aguardaban, levitando en el aroma que una ventana desprendía, bizcochos de regalo.
Una mañana el Barullo invitó a Daniel a entrar y le encomendó una tarea. “Echar pan adentro de una bolsa, me pidió; yo tenía 9 años”, recuerda. Al tiempo la madre, desbordada por dificultades, decidió internar tres hijos en un hogar del Consejo del Niño. Daniel figuraba entre los elegidos, pero nunca llegó al hogar. “Waldo Andrés Mora, alias Barullo, y su esposa, Olga Martínez, me llevaron a vivir con ellos, hasta hoy”. “Hasta hoy”, afirma Daniel, como si estuviéramos sentados en el living de la casa del Barullo, pasándonos un mate. En realidad su padre adoptivo y Olga fallecieron hace rato, y él tiene 54 años, dos hijas y una hermanastra, Mónica, que le brinda afecto de hermana de sangre.
Ambos cuidaron al Barullo durante los cuatro años que resistió una enfermedad. Gustan revivir, a menudo, las virtudes del veterano. Comenzando por la bizarría. “Compró la panadería sin haber sido, nunca, panadero; era vendedor”, anota Daniel.
Dotado de un humor a prueba de tristes, piropeaba a diestra y siniestra y reía porque sí, de sano que era. “Cuando terminábamos, los domingos, nos íbamos a pescar y yo siempre creyendo que el nombre de la panadería era porque le gustaba la pesca. Un día me atacó la curiosidad, le pregunté por el nombre y contestó: “’No sé, la agarré nombrada’. Qué fenómeno”.
Daniel describe ingredientes que usó el Barullo para leudar su personalidad. “Buen hombre, excelente compañero, sensacional amigo, me enseñó muchas cosas; sobre todo, a caminar en la calle”.
Hay coincidencias que caminan por nuestras calles interiores, encendiendo luces. Daniel trabaja toda la madrugada en la panadería El Pescador, y de 13 a 21 horas en el Molino San José.