Luis Fernández es reconocido por su dedicación y entrega profesional. Uno de los pilares de la Asociación Médica de San José, médico intensivista que desarrolló por ejemplo, el CTI de la institución –un centro de terapia intensiva catalogado a nivel nacional por sus niveles de infraestructura y funcionamiento como de primer nivel-.
Nos juntamos en el “Café del Teatro” a charlar, grabamos casi dos horas, así que mucho de lo que dijo ha quedado necesaria y penosamente, fuera de estas dos páginas por cuestiones de espacio. Es de hablar pausado y profundo, tanto por el tono de la voz, como por el contenido. Respetuoso y divertido. Nada del mundo le es ajeno. Todo lo que expresa es interesante. Tiene ahora, recién jubilado y con 70 años, alguna dificultad para caminar, así que llegó bien cuidado por una nieta-chofer de 19 años que nos acompañó todo el tiempo, paciente y orgullosa, acostumbrada a un abuelo muy particular.
Entrevista: Mariana Rabinovich.
Mi nombre es Luis Manuel Fernández Teijeiro, nací en Montevideo en enero de 1949. Soy capricorniano, no se si eso es demasiado bueno o demasiado malo, o ni bueno ni malo…no tengo ni idea cómo son lo capricornianos, no he profundizado mucho en el tema de los horóscopos aunque a veces los leo para ver cómo me va en la vida… (risas).
Comencemos por tu biografía familiar…
Mi padre era almacenero, yo nací en el barrio La Comercial. Tengo una hermana un año mayor que yo, nos criamos juntos obviamente. Eran otras épocas, la gente que en aquel momento se intentaba abrir paso en la vida económicamente, como es el caso de mis viejos –mi padre asturiano y mi madre uruguaya hija de gallegos-, lo que procuraban era dejarle a los hijos más estudios que dinero o fortunas. Una formación que les permitiera abrirse camino en la vida. En mi casa no había para tirar manteca al techo, pero nunca faltó la manteca para el desayuno. Estudiamos en un colegio bilingüe con mi hermana, en una época donde no era frecuente que los gurises fueran a colegios privados. Yo soy defensor de la enseñanza pública derecha, bien ofrecida. Pero bueno, allí nos formamos, escuela y liceo hicimos en el Erwin School.
Y tus comienzos laborales, ¿cuándo y dónde sucedieron?
Yo empecé a trabajar temprano, con mi padre en unos repartos y posteriormente lo hice por mi cuenta. Mi hermana en el Casmu como administrativa y yo a los 16 años entré como cadete administrativo también. Ya íbamos al IAVA entonces, porque trabajábamos de día e íbamos al único liceo que tenía nocturno. Después hicimos la Facultad e hicimos toda la carrera trabajando. Luego eso se interrumpió porque mi hermana era tupamara, pasó a la clandestinidad y después cayó presa y estuvo unos cuantos años en prisión. Yo continué la carrera trabajando en el Casmu y en el año 75, el año de “la Orientalidad”, culminé la carrera. Allí ya trabajaba como practicante también en La Española. Había seguido la carrera administrativa y había sido Jefe administrativo de la Farmacia del Casmu. Durante la dictadura fue intervenido, nosotros habíamos sido militantes estudiantiles y gremiales.
Una época que ser militante no era lo mismo que ahora. Implicaba necesariamente otras cosas, otros riesgos y otros compromisos. Seguramente demandaba un nivel de convencimiento absoluto.
Eran épocas que ser militantes tenía otras connotaciones, sí. No solamente era militar y hacer las cosas según lo que uno estaba convencido. En aquella época además el mejor militante era el mejor estudiante. Había que ser buen estudiante para ser buen militante. Lo mismo pasaba gremialmente, para sentirte buen militante gremial debías sentirte un trabajador destacado.
El respeto de tus pares se sentía como muy importante y tu palabra tenía que ser válida. Debía coincidir lo que vos decías, en buena medida con lo que vos hacías. Más allá de que en algunas cosas los médicos somos como los curas: ‘has lo que yo digo, pero no lo que yo hago`.
Yo formaba parte de un grupo de compañeros, con uno de ellos estudiamos todo juntos desde la escuela a la Facultad. Continuamos con la amistad hoy, muchos de ellos terminaron siendo profesores en la especialidad que eligieron. Allá después que me recibí e intentaba consolidar el trabajo, tenía el problema de conseguir un trabajo estable con un antecedente no bien visto por la dictadura. Yo estaba calificado como “b”, dudoso (sonríe). Obviamente la medicina de aquel momento se repartía entre la pública y la privada. Había un desarrollo de la medicina socializada en Montevideo que cada vez ocupaba más lugar. Yo no quería irme del país con mi hermana presa y mis padres vivos. Vivimos en la Facultad el comienzo de los cambios que después vendrían por la incorporación de conocimientos y tecnología.
El comienzo de la socialización de la medicina.
En el Uruguay estaba la medicina pública y la privada y emprendimientos como la Sociedad Española que eran emprendimientos asistenciales producidos por grupos de gente que tenían alguna cosa en común, origen, religión, etc. Daban cobertura en circunstancias en que los gastos se aumentaban. Esa era la asistencia médica de principios de siglo hasta los años 50`. Entonces aparecen gremios que quieren dar algún tipo de cobertura a sus afiliados. Ahí se crean algunas cajas de seguros por enfermedad: industria química, construcción. El desarrollo de esas cajas dio lugar a distintos seguros que finalmente los terminó de incorporar el BPS. La medicina pasó de la etapa de ser pública o privada (los que no tenían recursos y los que sí), a una situación intermedia (a esto le llamo el comienzo de la socialización de la medicina). Los seguros empezaron a contratar servicios asistenciales y algunos desarrollaron los suyos propios. Este conjunto nuevo creó una modalidad asistencial donde un servicio del Estado contrataba la asistencia. Ya no era la asistencia compasiva para quienes no tenían recursos, ni para grupos que cubrían las peores situaciones. Era un conjunto de gremios que contrataban un servicio asistencial de determinadas características. Empezó a cambiar el concepto de medicina privada y pública por un concepto que incluía además un seguro social. Eso convierte al sistema uruguayo en diferente a los que hay en el resto del mundo.
Estudiaste y te recibiste en un tiempo de cambios profundos entonces, no sólo sociológicos y políticos, también científicos… esto habrá repercutido en tu vida…
Nosotros vivimos mucho las nuevas concepciones científicas, incorporaciones tecnológicas. Los cambios ahora se dan de manera más lógica. Cuando yo estudiaba habían leyes inamovibles, y de repente dos años después, se cambiaban. Todo exigía un esfuerzo notable, porque vos te tenías que ir adaptando a un conocimiento que cambiaba día a día. Ahora estamos con conocimientos firmes en cuanto a las concepciones básicas. El átomo sigue siendo el átomo, igual el electrón, las moléculas de ADN, etc. El gran avance hoy es en lo que tiene que ver con la forma de generar imágenes, que ha hecho pegar saltos enormes a todo lo relacionado al diagnóstico. También lo molecular, el desarrollo de la bioquímica. Los saltos se van dando, pero más previsibles ahora.
El futuro laboral de los chiquilines que ahora tienen 20, es difícil de avisorar…
La revolución tecnológica ha sido impresionante. Y en diez años hackeará a los chiquilines que ahora tienen 20. Creo que trabajaremos mucho menos para conseguir los mismos resultados. La industria que más crece en el mundo hoy es la del ocio. Porque te permite ocupar tus horas libres de manera accesible. Turismo, juegos, divertimentos, películas. La única manera ahora de mantener el trabajo va a ser trabajando menos. ¿Y entonces en qué ocupás tu tiempo?
Volvamos a tu historia de vida, en el momento en que te recibís de médico, ¿cómo sigue?
En el 75 me recibí y en el 76 me radiqué en Ecilda Paullier con mi esposa y 3 hijos. No era fácil insertarse en el área rural por entonces. Las familias tenían un médico de cabecera. No era bien recibido que alguien llegara a radicarse a un pueblo. Yo llegué hasta el km. 72 porque el médico que estaba allí en Rafael Peraza necesitaba ayuda para poderse ir de vacaciones por lo menos. Era el Dr. Donabella, un distinto. Él me dijo que en Ecilda se necesitaba un médico y nos jugamos con mi familia. Un día renuncié a todos los trabajos que tenía, cargué todas las cosas en Montevideo y nos vinimos. Mi mujer era enfermera. Eran decisiones que había que tomarlas drásticamente, quemar las naves. Si no nos servía nos teníamos que ir del país. Y allí crié a mis hijos, me divorcié, me case de nuevo y volví a tener un hijo. Desarrollé toda mi vida. Mis amistades hasta hoy. Eché raíces. Y sigo allí con mi hija chica.
¿Y por entonces conociste a la gente con la que conformarían la Asociación Médica actual?
Sí, exacto, ya radicado hice los contactos con el gremio médico que atendía a alguno de los servicios sociales de aquella época y entré en lo que sería luego la Asociación Médica de San José que en aquel momento era una actividad gremial. Y empecé a trabajar de manera privada en Ecilda. Así era la atención que había en aquel momento, bastante limitada. Los pilares eran el doctor Roquero, el pardo Acosta y Ramón Chápper, también pilares de la medicina privada. Eran los referentes, luego se fueron agregando otros.
¿Cómo sucedió el salto cualitativo de transformación de una de las instituciones sin dudas más importantes que tenemos hoy en San José? Importante e influyente, en fundamentales aspectos de la vida del departamento.
El pegar el salto cualitativo de la Asociación Médica de hacerse cargo de todos los servicios asistenciales y permitir el crecimiento, para llegar al mismo nivel de Montevideo, fue en una lucha por hacerse cargo de todo esto que dimos un grupo de compañeros dentro de la AMSJ. En aquel momento la parte de administración no estaba dentro. Estaba el Sanatorio, la Asociación Médica, diagnóstico y radiología se hacía en el sanatorio y el laboratorio se contrataba. La administración la llevaba la familia Batista. Hacerse cargo de todo junto no fue sencillo. Integrábamos ese grupo con Noya, Aguilar, Rita Hernández, Crossa, Barreiro, Rivas, el Quillo Aguirre y mucha gente que se fue integrando, muchos de Libertad. En el 84 terminamos de hacernos cargo de esto, de la administración, y unimos toda la estructura. Ahí lo logramos con soñadores como Noya al frente, un gran generador de ideas –necesita tener al lado a quien las aterrice pero la gente como Noya es la que hace funcionar el mundo-. Dentro de los objetivos que nos propusimos estaba brindar atención al 50% de la gente del departamento, y lo logramos. Tenemos unos 50 mil afiliados, con 20 mil más que deberían salir de Ciudad del Plata, podríamos levantar la segunda Torre que proyectamos para completar la primera. Eso está dibujado –lo tiene también Noya en la cabeza-… (reímos).
¿Cuál es tu opinión sobre el Sistema Integrado de Salud?
El Sistema Nacional Integrado de Salud es algo que los gremios estudiantiles, médicos, venimos pidiendo desde hace décadas. Porque en ese panorama, que había una medicina privada, una pública, una socializada, no había una estructura única que le diera cobertura a toda la población y permitiera a la medicina desarrollarse uniformemente, ni que lugares como San José tuvieran niveles adecuados de atención. Todos los departamentos del país en realidad estaban en esa situación.
El grave problema que ha tenido el Sistema Integrado es que la propuesta política que lo generó y desarrolló careció de… o capacidad, o coraje… (no se bien qué palabras usar…), para hacer un sistema que tuviera un desarrollo razonable y parejo con etapas que necesariamente se tenían que cumplir paso a paso. Cambiar una estructura sanitaria no es sencillo. Entre el deseo, la necesidad y la realidad hay un agujero negro imponente, como sucede con la Reforma del Estado. Acá se partió de bases muy desparejas, lo público y lo privado. Y se exigió distinto y nunca se obligó a que lo público cumpliera con los niveles asistenciales que debía. Había que controlar y no se hizo bien. No hubo planificación de desarrollo del sistema. Hubo mucha presión en lo privado y muy poca exigencia a lo público. El sistema asistencial del Uruguay es rehén del Estado, porque los recursos se los da el Estado.
¿El sistema va a colapsar?
No. Porque esto es como la Argentina, la han robado tantas veces pero no hay quien la acabe. Si al sistema le va bien, a todos nos va bien. Pero lo que sucede en la región nos complica. Nos genera enormes dificultades económicas. Vamos a salir, pero no deberíamos salir bajando los niveles asistenciales. Hoy en día estamos en una situación muy complicada.