Un cuento del libro: “DARSE LUZ” de Ariel Wolf.
Mike Guachovski estaba por cumplir sus jóvenes 463 años. Hacía tiempo que no festejaba su cumpleaños más que con unos pocos allegados. Las fiestas multitudinarias las reservaba como era costumbre para los números redondos, la última había sido al cumplir los 300 (sin contar su doble boda de platino).
No era un mero capricho que así fuera, a medida que uno iba creciendo la cantidad de amigos y conocidos aumentaba a tal punto que llevaba cerca de 100 años ahorrar lo necesario para agasajar mínimamente a varios miles de invitados. No ser invitado se consideraba como una ofensa imperdonable. Mike Guachovski había prosperado como nunca en los últimos 60 años y podía permitirse festejar 20 veces su cumpleaños con todos sus conocidos sin afectar sus finanzas. Pero no siempre su vida había sido color de rosa.
A los 199 años se había separado de quien él consideraba la mujer de su vida, Helga Paraskevadis, poco antes habían festejado su doble boda de platino. Pero no les había sido fácil sobrellevar el suicidio de su bisnieto favorito, quien agobiado por las deudas no había podido festejar sus cien años como correspondía.
Carlitos Guachovski solía deprimirse, algo relativamente normal en los jóvenes de su edad, que veían lejanos los éxitos que la sociedad demandaba para ser socialmente aceptado, admirado por los hombres y deseado por las mujeres. Los hombres solían alcanzar el éxito y la fama recién después de los 300 años, siempre y cuando hubiesen logrado acceder a los medios necesarios para llegar a tal edad.
Se sugería un transplante de corazón a más tardar a los 50, uno de pulmones, riñones, vesícula e hígado cerca de los 60, etc. Además los órganos transplantados más baratos que podían conseguirse en el mercado tenían una vida útil de no más de 5 o 6 años. Por supuesto que los había de gran calidad, de los que duraban 100 o más años, pero eran carísimos y quienes los portaban los tenían asegurados por cifras enormes y vivían rodeados de patovicas para evitar que algún traficante los lastimara para robárselos.
El hecho es que Carlitos había llegado a los 99 años con varios órganos de mala calidad, la mayoría de los cuales le habían sido obsequiados por Mike y Helga. Ante la perspectiva de su cumpleaños número 100 no había podido soportar tanta humillación y no se atrevía a pedirle a sus bisabuelos que le bancaran la fiesta. Pese a ser un hombre sumido casi siempre en la tristeza, era generoso con lo poco que tenía y había donado sus órganos a una sociedad benéfica que intentaba amparar con sus escasos recursos a millones de pobres de los países en vías de desarrollo, donde pese a los últimos avances de sus economías la expectativa de vida de sus habitantes no superaba los 140 años.
La muerte de Carlitos no fue en vano pero eso no fue suficiente consuelo para Helga. Comenzó a frecuentar casinos virtuales y a jugarse la fortuna de Mike, y así comenzaron la primeras disputas graves de la pareja. La sociedad de la época era sumamente liberal y pocas parejas se casaban antes de los 120 años, la mayoría se entregaba durante buena parte de sus vidas a una vida licenciosa y a experimentar todo tipo de placeres cuya variedad resultaba inabarcable, y tanto más, cuanto mayor era su capacidad económica.
Tras todas esas experiencias y los sobresaltos que de ellas derivaban, marcados por una inestabilidad afectiva enorme que llevaba a muchos a terapias de todo tipo para manipular los desequilibrios químicos producidos en sus almas por la suma excesiva de recuerdos traumáticos, los cuales en algunos casos debían ser borrados de sus mentes, unos cuantos sobrevivientes optaban por una vida más tranquila. Algunos se retiraban a lugares de descanso y meditación en el Tíbet, otros se enfocaban en perseguir el éxito profesional y económico, otros se abocaban a recomponer sus vínculos afectivos y unos pocos se enfocaban en profundizar las artes del amor, donde algunos de ellos en un acto de romanticismo que la mayoría consideraba anacrónicos, se casaban. Mike y Helga eran de esos.
A sus 199 años Mike ya no se chupaba el dedo, hacía años había visto una película que lo había marcado “Nada es para siempre”, y si bien no recordaba ninguna escena, ni a los actores, ni nada, el título le había quedado grabado. Cuando un día vio a Helga montando un caballo árabe virtual cuyo costo rondaba los U$S 3.000.000.000 en el living de su casa supo que el fin estaba cerca. Sus amigos comenzaron a invitarlo a orgías vip. Helga tardó poco en descubrirlo y le pidió el divorcio. Pero en honor al amor que se habían profesado durante los últimos 133 años no le reclamó nada de sus pertenencias, más que un pequeño ranchito en el Tíbet dónde habían pasado su luna de miel. Mike le cedió por iniciativa propia una pensión generosa para los próximos 100 años. Luego se entregó a la bebida, las drogas de diseño y el sexo desenfrenado con su nuevo pene y poco a poco fue perdiendo toda su fortuna, hasta que a los 280 años le diagnosticaron una cirrosis grave. Pero cuando fue a retirar dinero para cambiarse el hígado descubrió que en su cuenta apenas quedaban unos pocos miles de dólares y que todas sus propiedades habían sido embargadas.
Para evitar quedarse sin nada tomó sus escasos ahorros y huyó a Bolivia. Se alojó en una pensión barata y comenzó a buscar personas que se dedicaran al tráfico de órganos con la intención de conseguir un hígado barato. Su búsqueda lo llevó a un peligroso barrio de los suburbios de construcciones de chapa y cartones. Un hombre de rasgos indígenas a quien apodaban Cartonte, porque recolectaba cartones y cultivaba té, lo condujo hasta una cueva subterránea excavada en el suelo, muy profunda y oscura. En algunas excavaciones laterales pudo ver la silueta de algunos hombres que trabajaban ensimismados en alguna misteriosa tarea. De pronto Cartonte tomó de una de las paredes un par de trozos de cartón y dándole uno a Mike le dijo: “Debes usar esto para deslizarte”, a continuación lo vio acercarse a una pendiente cuyo final no pudo divisar y se arrojó por allí. Mike respiró hondo, se acomodó sobre su cartón y se lanzó por la pendiente. La velocidad de descenso aumentaba a medida que avanzaba y debió aferrarse con fuerza a su cartón.
Entonces comenzó a ver un resplandor y enseguida el túnel lo escupió por el aire hasta caer en una especie de charco profundo. Sobre la orilla lo esperaba Cartonte, que lo ayudó a salir. Al hacerlo Mike se dio cuenta que estaba en el fondo de una especie de enorme y profundo agujero cuyas paredes estaban llenas de huecos los cuales contenían todo tipo de órganos con su correspondiente nomenclatura.
De pronto oyó una voz que resonó entre las paredes del lugar. La voz le sonó conocida, “Mike, ¿sos vos?”. Al acercarse a él Mike pudo ver su rostro, no era otro que Carlitos, su bisnieto favorito. -Carlitos, ¿qué hacés acá? -Es una larga historia. -Pero no te habías suicidado. -Lo pensé, casi me mato. Pero antes de hacerlo fui a una organización que se ocupa de administrar las donaciones de órganos de los países desarrollados para enviarlos a países pobres. -Sí, pensé que les habías donado tus órganos. -Era mi intención, pero me dijeron que estaban demasiado deteriorados, que ya no servían, salvo mis riñones, que acababa de cambiarlos gracias a Helga y a vos. Más deprimido que antes me senté donde pude y lloré como nunca. Entonces se me acercó alguien y se sentó a mi lado, era Cartonte. Me dijo que el estaba dispuesto a pagarme una cifra interesante por uno de mis riñones. Le pregunté para qué lo quería, me dijo que no podía decírmelo si antes no juraba guardar el secreto. Le dije que no podía jurar porque no creía en nada. Se sonrió compasivamente, me habló de los dioses Incas y del milagro de la existencia, de que todo se equilibra si sabemos esperar y si conservamos la ilusión que nos da las fuerzas para vivir. Le juré por sus dioses que no diría nada.
Me contó entonces que pertenecía a una organización que robaba los órganos de personas ricas fundamentalmente en los países desarrollados y luego los vendían a precios elevados. Con las ganancias sostenían esta organización subterránea que se encarga de refaccionar órganos deteriorados para salvar a personas pobres. -Algo leí de ciertas utopías justicieras de hace siglos. -Lo de justicieros lo conservamos, pero aquí no perseguimos ninguna utopía, simplemente salvamos vidas de mucha gente robándole a los más ricos lo que no precisan. -Pero algunos de ellos mueren cuando les roban sus órganos. -Son errores, casos aislados que tratamos de evitar. -Excesos. -“No hay errores, no hay excesos, con esos asesinos que se llevan nuestros pesos”. Eso cantamos en nuestras movilizaciones cuando viene algún gringo a pedir que desarticulen nuestra organización. -¿Así que ahora trabajás acá? -Soy unos de los dirigentes de esta organización por un tiempo, vamos rotando en nuestras tareas. El año que viene vuelvo a ser un obrero en la planta de refacción de órganos. -Me alegro que estés bien, Carlitos. -¿Y vos cómo andás? -Mal, al borde de los 200, separado de Helga, con el hígado a la miseria y sin un mango. -A todos nos llega la mala en algún momento, es cuestión de tiempo. -Y sí. -Pero vos tenés muchos contactos en el gobierno y entre los grandes empresarios. -Ahora no soy nadie. -Acá necesitamos gente como vos. Hace tiempo que vengo pensando en contactarte, pero no es fácil lograr que nuestra gente confíe en extraños. Mike se ofreció a ayudar en todo lo que le fuera posible a esta causa que le parecía justa.
Con ayuda del Sendero Cariñoso (se llamaba así porque profesaban el afecto y la solidaridad entre las personas) Mike recuperó su mansión y poco a poco retomó su contacto con la elite del mundo desarrollado. Esto le permitió desarticular los operativos de persecución del Sendero Cariñoso y embolsarse cuantiosas cometas de uno y otro lado para evitar fricciones. Hizo algunas inversiones y volvió a ser un hombre rico, pero ahora utilizaba su poder para ayudar a los más necesitados.
Llegado su cumpleaños 463 sintió que era tiempo de abrir nuevamente su corazón e invitó a su fiesta a todos sus amigos y conocidos. No tardaron en surgir controversias entre sus amigos ricos y los integrantes del Sendero Cariñoso. Tratando de mediar en una de ellas Mike pudo distinguir de pronto entre la multitud a Helga. Estaba hermosísima con sus nuevos ojos color violeta. Ambos se acercaron abriéndose paso lentamente entre la gente que pronto se abrió dejando libre el camino y mientras sonaban violines Helga y Mike no dejaban de mirarse a los ojos y sonreír. Se besaron apasionadamente. Pero ese idílico entorno solo era parte de lo que proyectaban sus almas.
Una batalla campal se desató entre las partes afectadas. Carlitos subido a una barra le disparaba a todos los que intentaban acabar con la vida de Mike y Helga. Los que no huyeron murieron en pleno combate. Pero Mike y Helga nunca se enteraron de nada absortos en un beso que duró toda la noche.