Las Cartas que no llegaron.
Escribe: Mirtana López. Diciembre 2019.
Roberto Appratto es profesor, crítico, traductor y poeta uruguayo. Como inicio de “La carta perdida”, una de sus últimas novelas, sitúa a su personaje, un jubilado sesentón que desayuna en su apartamento de Pocitos ante el televisor, en tanto mira los estantes de sus libros, en especial los de poesía. Como vive solo “es el único responsable del orden y la disposición de los objetos de la casa”. De un estante sobresalen de forma desprolija unas hojas de papel, “pero no se levanta para acomodarlas”.
Predomina la tranquilidad en esta forma de comenzar el día. Sin embargo, el personaje está atravesado por el sedimento de los últimos sueños, de los recuerdos que los originaron, de monólogos, diálogos del pasado con una mujer “con la que estuvo saliendo un tiempo” que marcaba su vida y su incapacidad de encarar en serio cualquier relación afectiva. Recién después sabemos que tiene dos hijos y dos matrimonios pero “ningún interés en convivir con nadie”. Mientras se cambia para su caminata matinal, vuelve a ver los papeles que sobresalen; recuerda que son unos apuntes “sobre el autor del libro del que sobresalen, que es Borges”.
En un pequeño primer capítulo, Appratto ha mostrado la rutina, los gustos, los fantasmas de Ricardo Ferrari, las sugerencias ficcionales. Junto con la caminata, en el segundo, comienzan los hechos. De lo cotidiano y vulgar, nace lo extraordinario: una carta que sobresale del contenedor, dirigida a su padre, Augusto Ferrari Brown, a quien le dice: “Usted es un canalla, una mala persona… Sería bueno que sus hijos lo supieran”.
A sus reacciones posteriores, a su propia historia y apoyo psicológico, están dedicados los capítulos 3 y 4 de la Primera parte que continuará recorriendo diferentes y concretos cauces narrativos. Dentro del ahondamiento en sus propios recuerdos, las especulaciones sobre la verosimilitud de la misma, la frialdad de las relaciones familiares y su mundo de silencios. La participación externa cuando la va dando a conocer; a su amigo Carlos, a su hija Virginia a su hijo Pedro.
La aparición de una realidad diferente, desconocida hasta ahora, que permite al autor, bucear en los caminos de la creación: “Donde todo se sabe, no hay narración posible, como dice un novelista que admira mucho, Cormac Mac Carthy”. El surgimiento y abandono de diferentes hipótesis posibles y sucesivamente abandonadas, como en toda buena novela policial. En la que no hay, realmente, detective ni cadáver. “Algo se está escribiendo sin él en todo esto, y él es solamente un espectador”. Es esta reflexión una inspiración para la segunda parte. Tanto el relator como el lector pueden vivir experiencias decisivas para la pesquisa en tanto aparecen los vínculos con los dos hermanos que viven en el extranjero, sus recuerdos, opiniones e interpretaciones. Que, en definitiva, sobrevuelan y generan realidades.
La carta perdida, que fue conocida aunque no recibida directamente por sus destinatarios, es un dato enviado desde otra realidad, que cada uno ve, interpreta y resuelve, de formas diferentes. Esta novela, no policial en sentido estricto, se encarga de mantener los posibles secretos, más que de develarlos. En especial, los de la escritura.
Roberto Appratto: “La carta perdida”.