Escribe: Fabián Sierra Golombievski, Psicólogo clínico con formación psicoanalítica, especializado en niñez y adolescencia.
Para ordenar el asunto, explicaré que en los subsiguientes párrafos y posteriores artículos, intentaré abordar diferentes aspectos de la adolescencia, desde una perspectiva psicoanalítica y dinámica, procurando explicaciones técnicas y evolutivas que dan cuenta del proceso madurativo del adolescente, no sólo en lo que hace a sus cambios corporales, sino como los mismos deben ser elaborados intrapsíquicamente, al mismo tiempo que el sujeto debe elaborar los duelos causados por las pérdidas infantiles y también, viéndose obligado a asumir un nuevo rol social que se le adjudica.
Debo hacer explícita mi renuncia a las críticas vacías que se realizan al comportamiento adolescente y recomiendo a los adultos, recordar que también transitamos momentos como aquellos, pero que por alguna especie de conveniencia pedagógica- identitaria, hemos decidido que muchos de esos recuerdos caigan en una amnesia selectiva.
En 1915 se publica La Metamorfosis del autor austriaco Franz Kafka, ubicado en todas las listas como uno de los mejores libros narrativos de todos los tiempos. Su título original es Die Verwandlung, cuya traducción más literal al español sería “La Transformación”. En muy resumidas cuentas -y cayendo a consciencia en un reduccionismo absurdo- la narración cuenta la historia de Gregorio Samsa, quien amanece un día transformado en un monstruoso insecto, y del drama familiar que a raíz de este acontecimiento se desata. Así comienza la obra:
“Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto. Estaba tumbado sobre su espalda dura, y en forma de caparazón y, al levantar un poco la cabeza veía un vientre abombado, parduzco, dividido por partes duras en forma de arco, sobre cuya protuberancia apenas podía mantenerse el cobertor, a punto ya de resbalar al suelo. Sus muchas patas, ridículamente pequeñas en comparación con el resto de su tamaño, le vibraban desamparadas ante los ojos. “¿Qué me ha ocurrido?”, pensó.”
Tradicionalmente, se ha entendido este texto como una alegoría del enfrentamiento del hombre ante un mundo moderno que lo borra y lo oprime. Permítame el lector desligarme de estas interpretaciones y encarrilar por otras vías. En 1914, en “El Moisés de Miguel Ángel”, partiendo de una vivencia íntimamente personal, el padre del psicoanálisis, Sigmund Freud, plantea que algunas obras de arte nos capturan o nos tocan, aun sin saber lo que significan. Cualquiera puede darse cuenta de ello, lo que se pregunta Freud, es por qué no es posible determinar la intención del artista. Y en este sentido propone que sólo después de la interpretación de una obra artística, podría el sujeto saber por qué ha experimentado esas sensaciones.
Sin descartar la interpretaciones tradicionales u otras que puedan existir de este clásico de la literatura universal (ya que lo plural, lo múltiple e incluso lo disonante puede convivir), concédaseme lo ya solicitado, en el afán de echar luz sobre el tema que me convoca: la adolescencia.
Hablaré de Gregorio Samsa. En las primeras líneas del relato en cuestión, se describe en primera persona la vivencia misma del personaje de despertar “de un sueño” para enfrentarse a una realidad: se ha convertido en un “monstruoso insecto”. Haré la analogía, y siéntase libre el lector a encontrarle sentido o a entenderla forzada. ¿Cuál es el sueño tranquilo del que despierta Gregorio Samsa? Según el psicoanálisis, en los sueños representamos la realidad de manera simbólica, somos capaces de distorsionar (desfigurar/figurar) la realidad (algunas veces para explicarla), de forma tal como lo hacen los niños en sus juegos y en sus fantasías. En la actividad onírica no es idílico que existan fantasmas, no es quimera que los muertos no mueran, o que los animales hablen. Progresivamente el niño va ajustando su juicio de realidad, diferenciando fantasía de realidad, en etapas que están por demás estudiadas. Llega un punto en la vida de todo individuo en el que la persona debe enfrentarse a una realidad que no es impuesta de forma exógena, sino que proviene del interior y lo hace “despertar de ese sueño”, el cuerpo modificado, “un bicho monstruoso”, con pelos, con olor, segrega sustancias que antes no hacía ¿Imagina el lector hacia dónde me dirijo? Sí, a hablar de la pubertad. Estos cambios se dan de forma demasiado abrupta como para poder procesarlas y elaborarlas psíquicamente a la misma velocidad en que suceden.
¿Cuál es el sueño del que despierta? La infancia. El jóven es un extraño para sí mismo, se encierra en su cuarto, sus necesidades han cambiado y casi lo vive sin saber cómo responder ante ello. No sólo se aísla en su cuarto, sino que empieza a perder el interés afectivo con sus vínculos más cercanos y permanentes desde su nacimiento: su familia. Lo paradojal es que depende físicamente de ellos para subsistir, si los adultos no lo alimenta, muere.
Puede el lector en este punto haber caído en la misma confusión que quién escribe, ¿Estoy hablando de Gregorio Samsa o de cualquier adolescente?
Todo lo recientemente mencionado, genera un amalgama de elaboraciones que confunden al joven y lo lleva muchas veces a experimentar, fallar y disfrutar.
Francoise Doltó, psicoanalista francesa, al hablar de la adolescencia, la expresa como un “Segundo Nacimiento”, expresando en la metáfora una nueva forma de percibir el mundo, una nueva crisis (como la que sufre el bebé que sale del calentito e inalterable vientre de su madre, al lleno de estímulos mundo que hay por fuera, sin entender – todavía- lo que “fuera” significa).
Jean-Jacques Rassial, por su parte, psicoanalista también francés, plantea que la adolescencia es un momento de pasaje simbolígeno. Para ello, comienza mostrando la importancia que la palabra viaje tiene en la adolescencia. Empezaré con un ejemplo que no es brindado por el propio Rassial, ya que pertenece al lunfardo rioplatense, pero que reafirma su planteo. Los jóvenes suelen usar frecuentemente la expresión “qué viaje”, refiriéndose a algo que por sus característica y cualidades es sorprendentes o disruptivo -tal como la adolescencia en sí misma lo es-. El primer ejemplo que el autor no da en relación a la importancia de la palabra viaje en la adolescencia, es la vinculada al consumo de drogas. El efecto producida por su consumo suele mencionarse como “viaje” (no se restringe a nuestro medio, ya que en países de habla inglesa se refiere a lo mismo con la expresión “trip”, y en Brasil “viagem”). La droga, en su amplio espectro, genera alteraciones de la consciencia (con excepción del tabaco y muchas de uso medicinal), la adolescencia es en sí misma una nueva forma de percibir el mundo, pero que el sujeto no puede controlar. Los estupefacientes, generan la ilusión de poder ser quien manipula estas alteraciones.Podría también mencionar otros motivos que llevan al consumo a los adolescente; los que hacen a lo “recreativo”, a lo disruptivo, a lo rebelde o la necesidad de “conocer nuevos mundos”. El consumo en la adolescencia se vincula también a la experimentación, a un descubrimiento de un mundo y de sensaciones que son nuevas para el joven, como muchas otras cosas.
Otra connotación de la palabra viaje, vinculada a la adolescencia, es la que la vincula directamente al turismo, el cual representa los primeros alejamientos NO simbólicos de los padres. En 1962, Maria Moliner publica su “Diccionario de uso del español” (nótese la especificación USO), y en él define a la adolescencia como “edad de tránsito entre la niñez y la adultez”. Redundante, sí. Pero en total consonancia con lo que he venido planteando. Finalmente, Rassial habla “del gran viaje”, con el que se refiere al suicidio, vinculado a la adolescencia no solo estadísticamente, sino mostrando la dificultad para transitar este período y elaborar todas estas representaciones.
Sin embargo, pudo el lector haber constatado que el autor que se viene reseñando, habla del pasaje adolescente y no del viaje adolescente. Es porque la palabra viaje queda restringida a las connotaciones que fueron enumeradas, para el autor, la palabra pasaje, condensa todo aquello sobre lo que he venido planteando, incorporándole los duelos que el adolescente debe elaborar, así como el nuevo rol social que al joven se le asigna y en el que debe aprender a posicionarse. El adolescente vive muchas pérdidas, pero también son muchas las cosas nuevas que debe elaborar, y sobre estas reflexiones, requeriré del espacio de todo un nuevo artículo.