Las cartas que no llegaron.
Escribe: Profesora Mirtana López.
Luego de los nefastos e increíbles sucesos en la venta, Don Quijote toma una resolución sobre sus próximas acciones. Una resolución sobre la que genera expectativa en Sancho así como Cervantes en nosotros: En estos lugares solitarios y salvajes por los que van penetrando, ha resuelto hacer sacrificios de amor por su Dulcinea. Sancho será el embajador y cartero ante aquella dama que deberá decidir si acepta ser su enamorada. El escudero, que ha perdido su jumento, cabalgará a Rocinante, entregará la carta reveladora de tantos y tan profundos sentimientos. Durante ese tiempo, el enamorado quedará haciendo sacrificios amorosos, “locuras….” Al estilo de algunos caballeros andantes de antiguas épocas…
Hemos llegado como lectores, mediado el capítulo XXV, a aquellas escenas magistrales en las que amo y escudero se confiesan algunas cuitas y se prometen compensarse mutuamente. Por el favor que necesita el caballero, un sorprendido Sancho deberá regresar al Toboso para hacer entrega de una carta a Dulcinea… ¿A quién? Mejor dicho, a Aldonza Lorenzo, aquella moza … Como contrapartida, Don Quijote enviará una autorización a su ama y sobrina para que entreguen “tres pollinos” al antiguo vecino y actual compañero de aventuras. Es decir, cabalgaduras. Como lectores habremos llegado a uno de los momentos más restallantes de todo lo narrado. Humor con delicadeza, amor identificatorio, fe, filosofía, metafísica, amistad. Nada de lo humano es ajeno a tan breve carta, porque un poco o un mucho de locura, también está presente. Recordemos que el escudero sale sin escuchar la lectura que le ofrece el caballero, hasta que después de varias instancias dubitativas, geniales, Sancho retrocede para oír la carta, que, no olviden ustedes, debería llevarla consigo porque Don Quijote la escribió en el viejo cuaderno del loco Cardenio pero… La olvida.
Queda entonces Don Quijote haciendo sus desquiciadas penitencias amorosas; Sancho se interna en desconocidos lugares en los que a breve plazo aparecen el Cura y el Barbero, fieles buscadores del caballero. Luego de reconocimientos y saludos, Sancho repetirá “de memoria” aquel magnífico texto dando lugar a otro, tan incoherente pero realista como su traductor. Claro que, ¿cuál será el texto que llegue a la destinataria una vez que el Cura y su ayudante hayan concluido su versión? La carta que podría llegar se aleja relato a relato del original. Además, si recordamos que Dulcinea no existe, que su sustento real, Aldonza, no sabe leer, ni es capaz de valorar tantas exquisiteces espirituales como sugiere el texto original, estaremos ante su transformación, su desfiguración total. O dolorosa desaparición, de seguro.
Leamos nuevamente a nuestro querido Paco. Sutil y detenido lector de Cervantes, reconocía minuciosamente todos los artilugios del español para transformar o hacer desaparecer una realidad y generar otra. Admiró al infinito el arte cervantino como lector, mostró sus recursos como profesor y no pudo negarse a utilizarlos como escritor. Con una imitación tan lograda y sugestiva que nos deslumbra por la riqueza de sus desdoblamientos.
En el Cap. VIII de “Don Juan el zorro”, “El sitio de la mulita”, el Aperiá se está muriendo y es consciente de ello. Por eso le ha dado un consejo práctico a su querida Mulita: deberá buscar un amparo para el futuro solitario que se le avecina. Ésta, inmersa en pensamientos y dudas, teme que Doña Chancha Negra no “la reciba gustosa”. “Pero presentarme así, de sopetón, sin haberla visto nunca… ¡Ay, yo no voy a saber dónde meterme cuando llegue! Si usté me diera un papelito…”“A lo que contesta el moribundo Aperiá: – “Sí, pero: ¿Y quién lo escribe y quién lo lee?” El docente Paco alude entonces a “una mano que se les parara delante con la palma estirada hacia arriba y los dedos juntos” para, ante tanto impedimento, recurrir al Maestro Cervantes e imitarlo a cara descubierta y admiración desembozada: “Usté le dice de palabra que yo se la mando recomendada. Y que no le lleva un papel mío porque aunque usté supiera escribir yo no sé ni poner mi firma y ella no sabe leer.”
Cuánto hace recordar las disyuntivas quijotescas esta situación tan esencialmente trágica y sin salida de dos de sus grandes héroes épicos, la Mulita y el Aperiá. De estirpe cervantina, esta carta maragata cuya existencia nace de una necesidad imperiosa, lleva también en sí misma la imposibilidad del mensaje.
“Las cartas que no llegaron” se llama el entrañable relato de Mauricio Rosencof.