Un cuento de: Ariel Wolf. Julio – Agosto 2019.
Me acaban de concebir. Lo sé todo. También sé que pronto lo olvidaré, pero eso aún no me preocupa. Existo desde el momento mismo del orgasmo. Segundos después aún siento placer.
Es mi primer polvo, yo soy ese polvo y no hay goce en la vida que pueda compararse al de ese momento que no quiero dejar ir. Es como dejar ir la vida en los últimos segundos que preceden la muerte.
Es un trayecto análogo, el más parecido, aunque habrá muchos, muchos más. Cada vez que me alejen de la teta de mi madre sentiré lo mismo y lloraré y de nada servirá quedarse eternamente prendido a ella.
La comunión más perfecta con el Universo, el amor pleno, es apenas un instante. Si no olvido todo esto sufriré aún más. Necesito olvidarlo. Necesito creer que un chupete será el paraíso. Buscaré el Santo Grial en las primeras sonrisas compartidas con mi madre.
Ya sin palabras y con la mente formateada creeré ciegamente en el amor; la felicidad y el dolor serán absolutos, porque ya no sabré que ha quedado atrás mi primer orgasmo, el más intenso.
Todo lo hermoso será nuevo, hallaré la Tierra Prometida para toda la eternidad en los rayos de luz que se filtran por la cortina, que me hablarán de los prodigios del mundo de allá afuera, una ciudad de calles infinitas llenas de tesoros y princesas. Creceré creyendo que seré un crac a los 5, que seré cocinero, boxeador y astronauta al mismo tiempo cuando sea grande. Pero ahora desde el limbo, sé que ninguna de esas promesas, ni aún cumplidas, se acercarán siquiera a lo que acabo de vivir. Si no logro olvidar todo esto pronto moriré.
La ilusión de lo que vendrá es el elixir de la vida. Debo olvidar, pero no quiero, no quiero dejar ir este momento.