El hombre de la Bolsa

Un cuento del libro DARSE LUZ, de ARIEL WOLF.

El Sindicato de Hombres de la Bolsa (S.H.O.B.O.L.) surgió como una respuesta a la histórica discriminación que desde tiempos inmemoriales venían padeciendo los obreros del ramo. Creen algunos historiadores que al legendario bichicome, cuyos padecimientos de por sí nunca fueron pocos, se le encomendó a principios del siglo XX, por parte de la masonería, la ardua tarea de corregir las faltas de conducta de los más traviesos infantes.

Muchos adultos piensan que esto no es más que un mito, pero habría pruebas fehacientes de que entre 1905 y 1914 unos pocos niños desaparecieron de sus hogares misteriosamente tras haber cometido una serie de fechorías. Fotografías de la época, que por advertencia de nuestras fuentes no podemos reproducir aquí, muestran a hombres andrajosos y barbudos cargando a sus espaldas bolsas de arpillera con uno, dos y hasta tres niños que lloran o sonríen pícaramente.

Tras expandirse el rumor, los niños de algunos barrios de la capital comenzaron a correr a los bichicomes del barrio arrojándoles pedregullo. Los obreros de la bolsa reaccionaron de diversas formas. Algunos fundaron el S.H.O.B.O.L., los más radicales se encadenaron frente a la sede de la masonería reclamando que dicha organización dejara de utilizarlos para la nefasta tarea que se les había encomendado y se ocuparan de limpiar su buen nombre. Otros migraron hacia el oeste y se establecieron en los alrededores de la desembocadura del río Santa Lucía, siendo este el origen más remoto de lo que luego se conocería como el Rincón de la Bolsa. Los más facheros se arreglaron un poco y salieron a la conquista de mujeres adineradas y casadas con el fin de que los mantuvieran a cambio de favores sexuales, pero sin asumir los compromisos que ellos tanto odiaban. De allí surge el apodo que se les da comúnmente a los amantes: pata de bolsa. Otros decidieron redoblar sus esfuerzos laborales para salir de su situación económica, a éstos se los veía correr de un lado a otro juntando basura, su tiempo no tenía desperdicio, por lo que tras invertir sus ganancias en acciones pasaron a ser conocidos como corredores de bolsa. Algunos de estos últimos, fundidos tras la crisis del 29, volvieron a las calles hechos pelota. Llevaron pocos de sus objetos más preciados, fascinados con el reciente invento que el croata Penkala realizara para el uso de los pilotos de aviones; llevaron consigo bolsas de agua caliente de modo de sobrellevar los inviernos a la intemperie.

El hombre de la bolsa de agua caliente ya no era el monstruo de antes, pasados algunos años de los oscuros incidentes que lo involucraban, era visto ahora con simpatía por la población, que lo consideraba como un personaje agradable y por cierto mucho más cálido que su antecesor.

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