Las Cartas que no llegaron.
Germano de Melo es un muy joven portugués republicano que, en la última década del siglo XIX, emigra a Mozambique, colonia africana, en su carácter de desertor o militar castigado. Junto a Imani, la joven negra, es personaje central de la “Trilogía de Mozambique”, de Mía Couto.*
Escribe: Mirtana López.
Pero además, por cómo está organizada la novela, a través de sus cartas, es relator fundamental de los sucesos. A tal punto que en el Libro primero, “Mujeres de ceniza”, cada una de esas cartas conforma un capítulo hasta llegar a catorce, intercalado, prolijamente, con las historias más libres que va recreando Imani.
Al ritmo de esa alternancia de relatos irá surgiendo una realidad absolutamente sorprendente para nosotros, desconocedores de aquellas culturas que fueron obligadas a convivir en una violencia doblemente militarista: la de los colonizadores portugueses con resabios británicos y la de las etnias originales enfrentadas desde siempre, pero entonces hostigadas y deslumbradas por los europeos.
De esas cartas, 13 están dirigidas a `José d’Almeida, excelentísimo señor consejero’. La última, la número 14, al `Excelentísimo señor teniente Ayres de Ornelas’ quien será el interlocutor de la Segunda Parte, ¨La espada y la azagaya¨, siempre intercaladas con los capítulos que contienen las historias y reflexiones de Imani. Todas las misivas dirigidas a d’Almeida, fueron recibidas, leídas y valoradas por este Teniente de Ornelas, quien comienza a contestarle cuando de Melo aún continúa escribiéndole al otro, aún a sabiendas de no ser leído. “… Ahora bien, nuestro consejero es completamente hostil a cartas y telegramas. Desde lo alto de sus dos metros, Almeida se encoge de hombros, entorna unos ojos claros que contrastan con su barba oscura y proclama: ‘No voy a leer nada´ Y así se justifica: ‘Nadie me puede sorprender. De la ciudad de Lourenço Márquez solo me envían amonestaciones; del interior, apenas unas cuantas estupideces’.”
Quiere decir que toda la primera parte de la trilogía está construida sobre la base de historias que son enviadas a un receptor que no es tal; que no las lee. Este personaje que parece despreciar la lectura, es José d’Almeida, militar y político que llegó a la Presidencia de Portugal por el Partido republicano portugués. ¿Hay un doble mensaje de parte del autor, Mía Couto? ¿Es un buen recurso narrativo para evitar las incongruencias entre el individuo real, histórico, pesquisable, y éste, el de la ficción? Por otra parte: ¿Qué cosas entendía necesario contar Germano de Melo a su superior José d’Almeida? ¿Cuánto había de sinceridad en sus relatos y cuánto de astucia a la espera, quizás, de una importante protección? ¿Cómo se habían encadenado esas historias que, sin embargo, nunca habían recibido ninguna respuesta? ¿Nosotros, como lectores, vamos siendo conscientes del monólogo epistolar del sargento?
Estas y otras, son preguntas que nos hacemos recién cuando llegamos a la segunda novela y nos replanteamos al culminar “El bebedor de horizontes”, la tercera. Fueron cartas cuyo destinatario no leyó; que encontraron atención en su ayudante cuyas respuestas ayudaron a su emisor a enfrentar la vida. Pero en definitiva, fueron el recurso narrativo de un hábil novelista para armar un mundo de historia ficcional que refleja una de las realidades más dolorosas de la colonización portuguesa en África.
*`Me llamo Imani. El nombre que me pusieron no es un nombre. En mi lengua materna Imani significa “¿quién es?”. Llaman a una puerta y, al otro lado, alguien pregunta: ¿Imani? Fue esa pregunta la que me dieron por identidad. Como si yo fuera una sombra sin cuerpo, la eterna espera de una respuesta.’