Casciari llevó a la radio al uruguayo que le salvó la vida: “Él tiene una historia mejor”.
“Pude conseguir que viniera hoy a acompañarme al personaje de un cuento mío”, dijo Hernán Casciari en el programa radial “Perros de la Calle”. “Voy a contar un cuento en el que va a haber un personaje; es un cuento que ustedes conocen”. Comenzó: “el cuento de mi infarto me parece que lo conocen todos, pero el lado B de ese cuento está muy poco contado y me parece que es un gran momento para contarlo, sobre todo porque hay una sensación de que los personajes secundarios en las historias no tienen mucho para contar. Y a mí la propia vida me dio una lección al respecto”.
Julio – Agosto 2019.
“El cuento de mi infarto me parece que lo conocen todos, pero el lado B de ese cuento está muy poco contado y me parece que es un gran momento para contarlo, sobre todo porque hay una sensación de que los personajes secundarios en las historias no tienen mucho para contar. A mí la propia vida me dio una lección al respecto”.
“Tuve un infarto en diciembre de 2015”. “Yo estaba alquilando una casita en AirBNB y los dueños de esa casa me salvaron la vida. me subieron a un auto, llamaron a un patrullero, me llevaron al hospital, hicieron una cantidad de cosas tremendas para que yo no me muriera, sin conocerme”. Un año después, Casciari y su novia viajaron a Montevideo para contarles a Javier y Alejandra que iban a ser padres. “Quisimos contárselo a ellos antes que a nadie. El día que yo me infarté en la casa de esta gente, hacía ocho días que la conocía a Julieta. Hacía muy poquito. Esta gente me salvó la vida y generó que la relación fluyera”.
“Javier y Alejandra tienen un caserón enorme en un barrio muy concheto de Montevideo que se llama el Prado. Con una pileta olímpica, con cuatro perros, con obras de arte y muebles caros, y una casa de huéspedes atrás del jardín. En esa casa de huéspedes que alquilé por AirBNB yo me infarté”. Continuó su relato. “Javier además es descendiente del prócer máximo del Uruguay; se llama Javier Artigas. Sin embargo, son gente muy sencilla, muy accesible. Esa es la primera gran diferencia entre Argentina y Uruguay: aunque tengan mucha plata, los uruguayos, o vengan de familias patricias, no saben ser conchetos. Le cuesta un montón el conchetaje al uruguayo”.
“Ellos sabían mucho sobre nosotros, pero nosotros no sabíamos de ellos. Solamente sabíamos que me habían salvado la vida un año antes, que me habían llevado en su auto al hospital, que habían movido cielo y tierra para que me atendiera la salud pública uruguaya, que eran mis ángeles de la guarda, pero nada más. Y cuando Javier empezó a hablar, supimos que eran personas muy especiales”.
Javier contó cómo había renunciado a su trabajo en una empresa multinacional para sumarse a la competencia. “Un día se levantó de la cama temprano, se vistió, se hizo un chequeo para incorporarse a la nueva empresa y renunció a su trabajo de toda la vida”. Tres días después, sonó el teléfono. “Era el médico de la nueva empresa, con malas noticias: Javier tenía una insuficiencia renal crónica”. “Javier nos contó esa noche que desde el momento en que el médico lo llamó para darle la noticia, le cambió la vida. De un día para el otro. Nunca más un viaje, ni de trabajo ni de placer. Desde ese día y para siempre, Javier debería filtrar su sangre tres veces por semana”.
Su nuevo contrato quedó sin efecto y no pudo hacer uso de su obra social, porque había renunciado al trabajo tres días antes. “Desde ese día, el futuro que habían soñado Javier y Alejandra se vino abajo”. “Empezaron a usar los ahorros para pagar médicos y la casa enorme que tenían se convirtió en un gasto imposible. Javier ya casi no tenía fuerzas, las sesiones de diálisis le consumían la energía. Estaba acostumbrado a un ritmo de vida lleno de reuniones, de hoteles, de viajes, y ahora ya no sabía qué hacer. En las horas muertas empezó a diseñar una aplicación para unir a los centros de diálisis del mundo con sus pacientes, a ver si por ahí podía viajar gracias a eso, pero nadie le quería financiar el proyecto. Los agentes inmobiliarios le recomendaban vender la casa gigante y alquilar algo más chico, pero ellos no se querían rendir. Por lo menos no tan rápido”.
Una tarde, como último recurso, pusieron el alquiler la casa de huéspedes y se sentaron a esperar. “El quinto huésped fue un escritor argentino, que apareció una tarde de diciembre con su novia nueva y al segundo día se les infartó en el living. El quinto huésped fui yo: nosotros éramos los personajes secundarios de la historia de Javier. Julieta y yo solamente conocíamos el lado A del disco, nuestra propia historia. Pero el lado B, la historia de ellos, era mucho más interesante, porque cuando los conocimos, venían en caída libre desde hacía dos años. De mal en peor: la enfermedad inesperada, el desempleo, las sesiones de diálisis, los ahorros cada vez más escasos, la idea arriesgada de hospedar desconocidos, y cuando ya nada les podía salir peor, un gordo se les infarta adentro de la casa. ¡pobre gente!” Nos contaban todo esto un año después cagándose de risa, nosotros teníamos el corazón estrujado. No reíamos. No podíamos creer tanta mala suerte. Todas esas desgracias. Los interrumpimos para saber: ¿seguía Javier sin trabajo? ¿iban a vender la casa? y sobre todo ¿los podíamos ayudar? Nos dio vergüenza, un año después recién estar ofreciendo ayuda”.
Javier les dijo que ya los habían ayudado y le recordó un mail que llegó al otro día de su infarto. “Claro que me acordaba, si a veces lo cuento en mi anécdota del infarto. Yo estaba todo entubado en el hospital, me vibró el teléfono: era un mail automático de la plataforma AirBNB. Me pedían una evaluación pública de mis anfitriones en Montevideo”. “Entonces yo desde el hospital hice una reseña medio graciosa, que se viralizó mucho. Ponía: ‘Excelente vivienda para huéspedes con propensión al infarto de miocardio. La zona posee comunicación directa con el hospital. Javier y Alejandra se convierten en ángeles de la guarda’. Una cosa muy chistosa, la publiqué en AirBNB. Javier me dijo: ‘a esa reseña tuya la leyó el dueño de AirBNB, Joe Gebbia’. Yo no lo podía creer”.
Le mostraron un video de Gebbia dando una charla TED, donde nombraba el caso. “Entre los asistentes a estaban Bill Clinton, Steven Spielberg… se cagaban de risa de mi reseña”. “Entonces nos explicaron que Joe Gebbia, un magnate norteamericano millennial, había leído mi evaluación pública y el 31 de diciembre del 2015, mi infarto fue el 6 de diciembre, aterrizó en Montevideo y se quedó en la casa. Les tocó el timbre y alquiló la casita de huéspedes”. Tres días después, el multimillonario “ya era parte del paisaje”.
“Una noche, en una sobremesa, Gebbia le preguntó a Javier si le gustaba viajar. Justo a Javier. Javier se animó a contarle que le habían detectado una insuficiencia renal crónica. También le contó que había creado una aplicación para conectar pacientes de diálisis de todo el mundo. Gebbia preguntó si había tenido suerte con ese emprendimiento, Javier dijo la verdad: ‘nunca conseguí interesar a nadie, no tengo un mango’. Esa noche a Joe Gebbia, la idea de Javier le pareció increíble y le ofreció asociarse”. “Gebbia mandó un mensaje de WhatsApp a sus socios, a los diez minutos a Javier le llevó un contrato por mail desde San Francisco. En menos de dos semanas Connectus Medical, la plataforma de Javier, recibió financiamiento por más de tres millones de dólares”.
El lado B de la historia tuvo un final feliz. “A Javier y Alejandra la vida les cambió por completo. Volvieron a viajar, Javier pudo hacerse diálisis en diferentes lugares del mundo gracias a su aplicación y al regreso de uno de esos viajes sonó el teléfono en su casa de Montevideo. Habían conseguido un donante compatible para su riñón. A principios de 2018 a Javier lo trasplantaron con éxito y ahora está sano”. “De todos los cuentos que escribí, este es el que más me parece mentira. Parece hecho por un guionista malo. Yo sé muy bien que cuando las películas terminan con todas las tramas felices, esa película es una garcha. Lo tengo clarísimo. Pero esto no es una película y pudo haber terminado mal de verdad, muy mal, porque la tarde de mi infarto, cuando Julieta fue a buscar ayuda, justo a esa hora Javier y Alejandra estaban a punto de darse por vencidos. No tenían por qué ayudarme. ¿Qué les importaba el drama de otro, si el de ellos, su propio drama, era enorme? Y sin embargo me subieron a un auto, le gritaron a un patrullero, donaron sangre. me salvaron la vida”. Después de los aplausos de los presentes, le tocó el turno de hablar a Javier.
“Estoy emocionado”, dijo el uruguayo. “Cada vez que lo escucho me emociono. Sé cómo va a terminar y me emociona igual. Es verdad, pasó en esa secuencia: estábamos muy mal y él sin darse cuenta nos dio una mano gigantesca que hace que hoy yo también esté acá, porque por esas vueltas de la vida enseguida me trasplantaron. Una cosa que yo estuve esperando por casi cuatro años”. Explicó que la reseña de Casciari llegó al director para América latina, que se la envió a Gebbia para que la leyera en una charla que ya estaba programada.
Días más tarde llegó un mail en el que este hombre decía que le gustaría conocerlos. “Alejandra le contesta ‘bueno, vení cuando quieras, no hay ningún problema’. Los gringos se toman tan a pecho estas cosas que el ‘cuando quieras’, fue ‘consigo vuelo y salgo'”. Llegó al otro día. “De repente lo vemos ahí, parado con un taxi. Con un sombrero de paja, rubio, ojos claros, bermuda tipo toalla, Hering negra, soquetitos y championes”.
Quería que le contaran la historia de Hernán y se quedó diez días. También explicó lo de la inversión. “Le conté lo que estábamos haciendo. Él me dice: ‘Me interesa, dejame hablar con la gente de Comunidades’. Al otro día dice: ‘Andá a tu computadora, tenés que ver algo’. Era un contrato en el que él invertía. Me dijo ‘a partir de ahora lo que vos tenés que hacer es que pacientes, enfermeros o doctores reciban a pacientes’. Es el formato de modelo de negocios que tenemos hoy”.